_
_
_
_

Acampada alucinante

Nacho, el adolescente perdido tres días en un bosque, quiere conocer al perro que le salvó la vida

Madrid El olfato de un perro de la Guardia Civil ha evitado que una acampada juvenil acabe en tragedia. De no ser por él, Juan Igpacio Ruiz, un estudiante alcalaíno de 16 años, habría muerto deshidratado combatiendo con quijotesca fiereza -presa de una fuerte alucinación por ingestión de estupefacientes- a los árboles de un abrupto y recóndito pinar de la provincia de Guadalajara.Este mocetón -de 16 años desapareció la noche del pasado viernes, cuando compartía una acampada con otros siete amigos en un pueblo fantasma próximo al municipio de Pareja. Fue hallado tres días después, el lunes, por un equipó de la Guardia Civil ayudado por tres sabuesos. juan Ignacio -Nacho, para sus padres- se recuperaba satisfactoriamente ayer en el Hospital General de Guadalajara. Una tibia sonrisa le ayudaba a borrar su esperpéntica aventura campestre.

Ocho amigos punkis de Alcalá de Henares -entre ellos, Nacho- convencieron a sus padres para que les dejaran ir de acampada hasta el martes a las ruinas de la aldea alcarreña de Hontanillas. Viajaron en tren hasta Guadalajara, allí subieron a un autobús que les condujo a Pareja y, a pie, por abruptas montañas, llegaron entrada la noche al pueblo fantasma. Uno de los muchachos (de entre 16 y 17 años) distribuyó entre el grupo pastillas Altane, indicadas contra el parkinson y que producen alucinaciones. Nacho se tomó tres de golpe y, además, mezcló las grajeas con una litrona. El efecto fue explosivo.

Entrada la noche -en calzoncillos y descalzo- se adentró en el bosque, sin rumbo. Al rato se tomó otras tres pastillas, y no mucho más tarde otras dos y luego otras dos: 10 en menos de 24 horas. Tantas que, en la mañana del sábado, el sonido duro del grupo musical Olor a Sobaco se adueñó de su mente, según evocaba ayer desde su cama hospitalaria.

"¿Y llegaste a estar en el concierto de Olor a Sobaco, hijo mío?", ironizaba su madre, Begoña, de 39 años. La mujer se reía por no llorar. "Sí, sí que estuve", respondió Nacho con otra sonrisa que pedía disculpas. El fantasioso escenario era, en realidad, el bosque, y los pinos, el público. Pero un público para él (de convicciones punkis, aunque no luce cresta) hostil. "Olor a Sobaco es un grupo de tendencia nazi, y sus seguidores", interpretó Nacho, "no pueden ser más que skins ". Al verse en medio de tantísimos rapados [los árboles], Nacho se dijo: "Éstos me van a pegar, así que les pego yo antes". Presa de su ficticio entorno, la emprendió a patadas y puñetazos contra los árboles. El aspecto actual de sus brazos y pies indica que su estéril y cervantina lucha -no en vano es de Alcalá- fue muy larga. Su colegas le echaron en falta el domingo. Rastrearon la zona y, desesperados, alertaron a la Guardia Civil. Los padres de Nacho llegaron al lugar en la tarde-noche del domingo. Su padre buscó y gritó durante toda la noche.

Golpes a los árboles

Serían las diez de la mañana del lunes cuando tres perros olfatearon su ropa. Dos horas y media después, un guardia disparó al aire. Era la señal de que lo habían encontrado. El perro que dio con él le halló todavía enfrascado en la batalla. Hablaba con un árbol y lo golpeaba.

-¿Qué haces aquí, hombre? ¿No sabes que tus padres te están buscando? -dijo el agente.

-Tengo permiso de ellos hasta el martes.

Enseguida llegaron sus progenitores. El padre se abrazó a él. No le reprochó nada, sólo lloró. Antes de que su madre, Begoña, pudiera abrazarle, Nacho le soltó, irritado:

-¿Por qué has venido a buscarme al concierto?

-De qué concierto hablas, hijo mío; pero ¿qué te ha pasado? -inquirió al verle lleno de barro y arañazos.

-He tenido una pelea. ¿Acaso crees que todo esto me lo he hecho yo sólo? -repuso Nacho mostrándole los rasguños.

La madre miró a su alrededor -"los guardias no se echaron a reír quizá por vergüenza- y sólo vio árboles. Apretó los labios y se subió con él a un coche con destino al hospital.

Ahora, Nacho, un enamorado de los animales, quiere conocer y saludar al perro que le salvó de morir deshidratado y le sacó de aquel infierno de árboles rapados.

Fármacos a mano

Se retuerce de rabia Begoña cuando medita lo cerca que ha estado de perder a su hijo. "Si tardamos algunas horas más en encontrarle, podía haber muerto por deshidratación". Eso le han comentado los médicos. "Sentía mucha sed", recordaba ayer Nacho en el hospital; espero como no encontraba agua, me decía a mí mismo: -si no hay agua, qué le vamos a hacer..."; su princípal preocupación eran los árboles, que él en sus alucinaciones creía skins.A Begoña no le importa que se publique la dramática aventura de su hijo si con ello consigue alertar a otros jóvenes de la perversidad de los alucinógenos que lo acercaron a la muerte. Y se pregunta: ¿cómo es posible que vendan a muchachos tan jóvenes, sin receta, ese tipo de pastfilas? "No es difícil; las venden en todas las farmacias" le espeta el hermano mayor de Nacho.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_