Actas electorales
El pasado día 12 de junio me correspondió presidir una mesa electoral, y, tras cumplir este "deber cívico de inexcusable cumplimiento" con una especie de fatalismo democrático, me dirigí al juzgado correspondiente para entregar las actas electorales. Allí acabó la tranquilidad de la jornada: en los alrededores del edificio de los juzgados en plaza de Castilla se había formado un gran atasco; no eran todavía las diez de la noche y pensaba que, bueno, no había sido para tanto.Pero aún quedaba lo peor. El proceso que la buena voluntad de personas inexpertas había hecho funcionar sin agobios durante todo el día se convirtió de pronto en un caos absoluto, causado por quienes tienen la responsabilidad y la experiencia de organizar este tipo de convocatorias.
La falta de respeto con una gente que había cumplido lo mejor posible su compromiso, la falta de consideración hacia la larga jornada que llevábamos encima, se traducía en la aglomeración de miles de personas en pasillos sin ventilación, con temperaturas por encima de 30 grados y una mezcla de colas de distintos juzgados, derivada de la estructura del edificio, que hacía prácticamente imposible a las personas que llegaron un poco más tarde saber dónde colocarse para esperar su turno. La simple verificación del DNI y la entrega del recibo correspondiente se alargaba minutos y minutos, hasta que a eso de las once de la noche, tras numerosas protestas. y algún que otro desmayo, comenzó a agilizarse el trámite.
Mi caso no fue de los peores, ya que, habiendo llegado sobre las diez y teniendo ante mí una cola de 15 o 20 personas, salí del edificio a las 11.45, dejando allí a más del 95% de presidentes de las mesas asignadas a ese juzgado concreto.
Así que me pregunto cómo es posible que aún no se haya sabido arbitrar un método de recogida de actas má1flexible, descentralizado, que evite el menosprecio y el ninguno cometido esa noche con las personas implicadas, por sorteo, en el proceso electoral. Personas que afrontamos el día, y la noche, del 12 de junio conscientes de que el funcionamiento de la democracia exige el cumplimiento de ciertos deberes, pero también, y desde luego, el respeto hacia miles personas sin cuyo compromiso democrático no sería posible la realización material de elecciones libres.-
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