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Derrotismo

Enrique Gil Calvo

Hace poco tuve ocasión de asistir a una reunión, celebrada en un club de debate político animado por ciertas figuras de la corriente socialista de los renovadores (al que me suelen invitar como observador externo), donde se realizaba un análisis de los resultados de los últimos comicios europeos. Y al margen de las distintas posturas contrapuestas que se alineaban en torno a si debe González dimitir o no dimitir, y convocar o no convocar (elecciones anticipadas, por supuesto), así como cuándo hacerlo, lo cierto es que cundía un insidioso pero indudable e indiscriminado tono de pesimismo casi crepuscular. Tanto es así que la impresión que yo saqué, más allá de mi disconformidad con algunas de las conclusiones que se presentaron, fue la de un derrotismo aterrador, pues todos parecían pujar por decretar el ¡apaga y vámonos! Y era tanta la sensación de desbandada (si bien vestida con flema británica) que causaba vergüenza ajena, llegando a resultar deprimente.Por lo demás, un fantasma recorría la reunión, y era el recuerdo espectral de UCD. En efecto, como se recordará, la mayoría gubernamental liderada por Suárez se disolvió sin dejar rastro en 1982 (abriendo paso a la mayoría absoluta socialista), al no poder superar los efectos políticos del impacto causado por el intento de golpe de Estado de 1981. Pues bien, como se ha subrayado tantas veces, ahora estamos viviendo un proceso paralelo. La estrategia de acoso y derribo de González esgrimida por Aznar está plagiada descaradamente de la que Guerra utilizó para hundir a Suárez. El impacto comunicativo de los casos Filesa, Rubio y Roldán está superando en extensión, ya que no en intensidad, al que produjo el caso Tejero. Y el efecto de bola de nieve provocado por el alud electoral del pasado 12 de junio parece predestinado a desencadenar una nueva mayoría absoluta para el centro derecha el año que viene. Por tanto, no resultaría extraño que ahora el PSOE, como antaño UCD, se disolviese en la nada, según se temía la otra tarde en el club de nuestros anfitriones renovadores.

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Sin embargo, puede apostarse a que esto no será así. Es cierto que una parte del PSOE, precisamente aquella que representan los renovadores, podría llegar a disolverse. Pero queda el resto del partido, parte de cuya representación detenta hoy el llamado guerrismo, que difícilmente se disolverá, pues encarna la memoria histórica del socialismo español, depositada en el imaginario colectivo de millones de familias, que así se lo transmiten a las siguientes generaciones.

En realidad, si UCD se disolvió es porque no era un auténtico partido político: sólo consistía en una coalición de funcionarios públicos, liderada por los cuerpos tecnocráticos del Estado, que carecía de bases sociales, por lo que no representaba a nadie más que a sus propios intereses corporativos. En cambio, el PSOE sí tiene bases sociales, aunque aquí subsiste un cierto dualismo. Por una parte, el PSOE representa a determinadas capas de profesionales ilustrados de clase media urbana (empleados, profesores, intelectuales, técnicos), identificados con el liberalismo socialdemócrata que aspiraban a significar Solchaga o los renovadores, pero cuyos votos emigran hoy hacia el PP. Y por el otro extremo, el PSOE representa también a los pensionistas inactivos y a la vieja clase obrera y campesina que alimentó históricamente al socialismo español, cuyos votos menos escolarizados se disputan hoy el guerrismo e Izquierda Unida.

Ahora bien, dada esta doble alma del PSOE, lo cierto es que el sector renovador se parece demasiado a la extinta UCD, al representar parecidos intereses tecnocráticos y funcionariales, con escaso arraigo social y que se disgregan al perder el poder administrativo que les sustenta. Por tanto, si alguien con peso político propio no lo impide, el ala renovadora del PSOE se disolverá en su propio derrotismo, rindiéndose ante la solidez organizativa del guerrismo, que quizá logre captar la memoria histórica socialista para poder retenerla durante la inminente travesía electoral del desierto.

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