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Tribuna:MUNDIAL 94
Tribuna
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El nueve que quiso ser feliz

Ahí está otra vez Jurgen Klinsman, goleando en un Mundial. Caminado sobre las huellas de Otmar Walter, de Uwe Seeler, de Gerd Muller, de Klaus Fischer, sobre sus propias huellas. Dirigir el ataque de Alemania en un Mundial obliga a mucho, pero Klinsmann llena el puesto.Y eso que es un hombre que ha tenido sus dudas con el fútbol, que se agudizaron a partir de su paso por el apasionadísimo y supercompetitivo calcio. Hasta aquello, el fútbol había sido para él, más que nada, una estupenda diversión. De adolescente se le dio bien. Sonó en el TB Gingen de Suawia, un equipo muy menor, y de ahí saltó al Stuttgart Kickers, el segundo equipo de Stuttgart. Y un poco más tarde, al Stuttgart a secas. Allí le llegó la fama, la internacionalidad, la condición de máximo goleador de la Bundesliga, la nominación como mejor jugador alemán con 23 años, el fichaje por el Inter, el título de campeon del mundo en el 90.

Pero en el calcio las cosas tomaron un rumbo que no le gustaba. Jurgen Klinsmann siempre valoró su intimidad, sus escapadas a una cabaña perdida en los días libres, siempre deseó un respeto, un anonimato. Y en Italia fue imposible. Se sorprendió: "Los italianos no pueden ver nada que no sea fútbol". El amor de los tifosi se convirtió en un agobio. Y cuantos más goles marcaba, mayor era el problema.

Klinsmann nació ganador, pero tampoco soportaba el ambiente de drama asfixiante que sigue en Italia a cualquier derrota, así que cuando concluyó que ya se había demostrado a sí mismo que podía sentirse satisfecho de su paso por la Liga más exigente del mundo (27 goles en dos años, que en Italia son bastantes goles, un hat trick (tres tantos) frente al Verona y una Copa de la UEFA con el Inter) decidió que era suficiente. Llegó a hablar de dejar el fútbol: "No quiero que el fútbol destruya a la persona", comentaba Klinsmann, que se comportaba como un antidivo, conduciendo un coche de dos puertas y discutiendo él mismo sus contratos, sin agente de por medio.

Coqueteó con el Madrid "hasta que me convencí de que el entrenador, Beenhakker, me quería, pero el presidente, Mendoza, no" pero finalmente recaló en la dulce liga francesa, y en la no menos dulce ciudad de Mónaco, donde el futbolista está a salvo del estrés.

Eso sí, el Mundial es otra cosa. El Mundial obliga a mucho, sobre todo si se dirige el ataque de la selección alemana. Pero sólo dura un mes.

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