Dios salve a la reina, en tierra
Isabel II de Inglaterra, el 16 de abril de 1953, en el momento de estrellar la tradicional botella de champaña contra el lustroso casco, disipó cualquier duda sobre las razones que justificaban la existencia de un yate como el Britannia. Era "una necesidad y no un lujo para el jefe de Estado de nuestra gran Commonwealth británica". Han pasado 41 años desde entonces y ni el Estado británico ni la Commonwealth parecen ya tan grandiosos. Así es que la noticia hecha pública el jueves por el ministro de Defensa, Malcolm Rifkind, de que el yate, el mayor y uno de los más lujosos del mundo, irá a parar al dique seco en 1997 ha sido acogida con relativa calma por los británicos. Quizás en lo más profundo de su corazón muchos lamenten la pérdida de uno de los símbolos claves del esplendor de la Corona británica, pero los costes, más de 10 millones de libras al año (2.000 millones de pesetas), y la inminente necesidad de afrontar una remodelación del barco (casi 3.500 millones de pesetas más) prevista para 1996, han acabado por decidir al Gobierno a prescindir de esta joya de la Corona. Oficialmente al menos, la propia reina comunicó en enero pasado al primer ministro, John Major, su deseo de dejar de utilizar el Britannia, habida cuenta de que los viajes de Estado tampoco son ya lo que eran. El duque Felipe de Edimburgo y el príncipe Carlos han dado su conformidad.Los tiempos en que la exquisita tripulación de 220 marineros y 20 oficiales capitaneados por un almirante tenían el placer de conducir a los miembros de la familia real en viaje de bodas -la princesa Margarita y lord Snowdon, la princesa Ana y Mark Phillips, Carlos, y Diana, y Andrés y Sarah Ferguson pasaron en él su luna de miel antes de divorciarse- parecen haber pasado a la historia. Los cruceros escasean y, por ejemplo, el año pasado las obligaciones reales exigieron la utilización del Britannia sólo 20 días. A la vista del uso del yate, que la pasada semana estuvo atracado en el puerto de Helsinki en un viaje promocional, más de un ciudadano de a pie se pregunta qué sentido tiene gastar 80 millones de pesetas diarios, en mantener la joya a flote. Por supuesto, hay quien se ha tomado la noticia como un disgusto personal. Para el parlamentario tory Barry Field, la noticia es sencillamente catastrófica. "El Reino Unido sin el Britannia es como la Torre de Londres sin las Joyas de la Corona", ha declarado. Quizás la alternativa sea convertirlo en museo. Pero, en todo caso, el inmenso Britannia, con 412 pies de eslora y 5.769 toneladas de peso, no volverá a surcar el mar, al menos no como estandarte de la Corona británica.-
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