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Holly

La revisión de Desayuno con diamantes -anoche, en Antena 3- me llena siempre de nostalgia por los tiempos en que las mujeres conseguían buenos papeles en Hollywood. Cuando la excéntrica y sentimental Holly desfila ante mis ojos con su particular forma de luchar contra el miedo, no es sólo la magia de Audrey Hepburn lo que echo en falta, s no un tiempo más adulto -la película se rodó a principios de los sesenta, que todavía fue una buena década; en los setenta se inició el culto al macherío que acabaría en el infantilismo de ahora-, en el que una gran novela de Truman Capote podía ser llevada a la pantalla con la misma seguridad con que hoy se adapta un best seller como Sliver.

Tiene razón Pedro Almodóvar cuando se escandaliza ante el hecho de que, en el cine norteamericano, actual, ya ni siquiera se mantiene a la mujer como comparsa: las parejas tradicionales de héroe masculino y mujer-objeto son sustituidas por parejas formadas por hombres y niños. Policía y niño, secuestrador y niño. Sólo en Europa sigue haciéndose cine con personajes femeninos importantes -en España tenemos el ejemplo del propio Almodóvar y de Vicente Aranda-, mientras que en Hollywood mujeres como Kim Basinger, Geena Davis -Thelma y Louise fue un simple exotismo- Sharon Stone se van oscureciendo en mediocres producciones a partir de los treintaitantos. La excelente Kathleen Turner ha pasado ya a la categoría de madre en su última película, una comedia negra familiar. Un desastre.

Por eso miro Desayuno con diamantes como uno de los último vestigios -Woody Allen aparte: los papeles que escribió para Diane Keaton y Mia Farrow son de antología- de una época cinematográficamente madura. Si Audrey Hepburn hubiera surgido ahora, estaría repartiendo pizzas.

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