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Tribuna:NEGOCIACIÓN Y GUERRA EN BOSNIA
Tribuna
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Asamblea en Sarajevo

Al margen de la guerra, que prosigue, el acuerdo de federación bosnio-croata ha suscitado muchas controversias. Entre sus estímulos se ha contado, como es sabido, la débacle de las milicias croatas, al poco traducida en un cambio en el grupo de presión de mayor peso: los croatas de la Herzegovina occidental han dejado su sitio a los del centro de Bosnia, más inclinados a aceptar una república multiétnica.En un sentido distinto, en Zagreb parecen haber ganado terreno quienes sostienen, en clave crudamente geoestratégica, que la lucha contra el enemigo serbio exige recomponer la alianza de antaño con los musulmanes bosnios.

Así las cosas, la primera de las limitaciones de la federación emergente es, cómo no, el escaso crédito que merece la política del Gobierno croata. Es laborioso imaginar que quienes han avalado con con hechos y palabras la conquista de territorios por la fuerza den marcha atrás en toda la regla; no se olvida que muchas de las críticas de la propia oposición croata con respecto a la intervención en Bosnia se han contentado con apuntar la nula eficacia -nunca la inmoralidad- de ésta. Aparte lo anterior, el principal escollo para la federación sigue siendo otro: más de un 70% del territorio de Bosnia está en manos de milicias serbias.

Junto a esas limitaciones hay que poner el acento, con todo, en otra: el grave riesgo de que la federación naciente se vea absorbida por el exclusivo designio de contestar el proyecto, forjado manu militari, de la gran Serbia. Hablo de un riesgo grave porque, de ser así las cosas, se vería alterado el que hasta hoy ha sido, pese a los vaivenes, objetivo central del Gobierno bosnio: la preservación de un Estado multiétnico en el que participen por igual musulmanes, croatas y serbios.

Y no se trata de que el cimiento institucional de la federación atente contra el proyecto multiétnico: el problema estriba más bien en el impulso que la parte croata y los sectores musulmanes radicales pueden conferirle a algo que más bien parecerá, entonces, un acuerdo croata-musulmán, como a menudo interpretan algunos analistas.

Sólo mencionaré un signo, a la sazón un venturoso aviso, de que el riesgo referido no es liviano: a finales de marzo se reunió en Sarajevo una asamblea en la que se dieron cita 500 ciudadanos serbios. La asamblea reclamó el restablecimiento de una Bosnia multiétnica, la persecución de los crímenes de guerra, el regreso de los refugiados y una democracia parlamentaria en el marco de un Estado federal. Colocó sobre la mesa, por añadidura, una demanda concreta: que el Estado surgido en virtud de la federación bosnio-croata incorpore como nación constituyente, y junto a musulmanes y croatas, a los serbios de Bosnia que no han asumido la lógica xenófoba avalada por Radovan Karadzic y su Parlamento de Pale.

En otras palabras, y aunque el objetivo de la reunión de Sarajevo es el mismo que inspira a muchos de los impulsores de la federación bosnio-croata, el método invocado parece distinto: en vez de reivindicar lo que en su caso es un abstracto -y por lo demás respetabilísimo- concepto de ciudadanía, se habla de "naciones constituyentes" y se sitúa entre ellas, sin recelos, a la configurada por los serbios de Bosnia. De adoptarse esta vía, no sólo se estará colocando un escollo poderosísimo frente al intento de convertir la federación bosnio-croata en el ingenio antiserbio, se estarán erosionando por igual los impresentables planes de partición étnica y las propias bases de apoyo del Parlamento de Pale. Un horizonte imaginable será, entonces, la repetición, entre los serbios de Bosnia, de lo ocurrido entre los croatas: un cambio en el grupo de presión dominante, en detrimento del discurso exclusivista hasta ahora supuestamente mayoritario.

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Sea cual sea el derrotero de los acontecimientos, bueno es que nos detengamos en un hecho: los serbios que residen en Sarajevo pueden reunirse y discutir sus cosas. Mientras no se demuestre lo contrario, nada semejante es imaginable, por ahora, en Zagreb y en Belgrado.

Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid.

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