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La rabieta de un humillado

Manuel Camacho, economista de 46 años, sufrió la mayor desilusión de su vida el pasado 28 de noviembre cuando el presidente Carlos. Salinas de Gortari decidió que fuera otro y no él el candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a la presidencia de la república. Camacho se sintió traicionado y humillado: su amigo Salinas no sólo cortaba en seco la mayor aspiración que puede llegar a tener un político mexicano, sino que elegía para ello a un segundón (Luis Donaldo Colosio), según su criterio.La rabieta fue enorme. Por primera vez se rompieron las reglas no escritas del sistema político mexicano y un aspirante reconoció en público que había peleado por el destape. Salinas, para contentarle y tenerlo callado, le regaló su cartera más preciada: la cancillería.

Al estallar el conflicto de Chiapas, justamente el mismo día en que entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio con Canadá y Estados Unidos, el Gobierno no sólo se quedó sorprendido sino también desarmado para hacer frente a este hecho insólito e imprevisto. Fracasó la vía militar y Salinas vio en Camacho al hombre idóneo para arreglar el conflicto por la vía pacífica.

Pero su éxito como negociador, al conseguir llevar a los enmascarados zapatistas a la catedral de San Cristóbal de las Casas, le creció, y, aupado por un sector de la prensa y de la gente de su propio partido que no confiaba en Colosio, empezó a interferir en la campaña de éste, dejando entrever que aún mantenía sus aspiraciones presidenciales y que su opción política representaba una mayor democratización del sistema mexicano.

El asesinato de Colosio fue, según algunos observadores, su segunda muerte política porque mucha gente se le echó encima y le recordó que se había comportado después del destape como una persona llena de rencor, que no llegó a asumir nunca que los riesgos de ser parte activa del- sistema mexicano implican también perder la partida alguna que otra vez.

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