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Las reglas del juego

Emilio Lamo de Espinosa

Profetizar el futuro es cosa de adivinos o augures. Pero predecirlo es algo que hacemos todos constantemente: basta tener información. Desde luego, no hacía falta ser augur para saber que el PSOE iba a perder las elecciones del domingo. El partido se presentaba dividido tras un congreso en falso, con sus cuadros cansados, si no agotados, tras muchos años de gobierno, sin un programa sólido y arrinconado por graves y muy serios escándalos de corrupción aún abiertos. (¿Dónde está Roldán? ¿Qué ocurre con Filesa?). Los sondeos reflejaban esta situación hace ya meses, con pérdidas no sólo hacia su derecha, sino también con una sangría creciente hacia su izquierda y hacia la abstención. La única baza a su favor era la de un excelente candidato como Fernando Morán, cuya seriedad, austeridad e incluso cierto desaliño personal, proporcionaba el mejor contraste con la beautiful y la corrupción, cuya sombra aún se proyecta sobre la sombra de Felipe González.La única incertidumbre era, pues, por cuánto iba a perder, y es lo cierto que, a medida que avanzaba la campana, los sondeos mostraban que la diferencia se abría mientras los rumores decían lo contrario (favoreciendo inconscientemente al PP). La estrategia, pues, ha fallado. ¿Por qué? Probablemente, porque en lugar de enfrentar a Morán con Matutes se han enfrentado Felipe y Aznar. Efectivamente, las acusaciones y descalificaciones hacia el PP, cada vez más gruesas, rescatando del olvido los fantasmas de la guerra civil, presentándose (otra vez) como un partido sin alternativa y traspasando los límites de lo que es un enfrentamiento democrático, no sólo contradecían las propias palabras de Felipe González (son sólo elecciones europeas; el 13 tendremos los mismos diputados que el 12), sino que transformaron (¿inconscientemente?) las elecciones en un plebiscito personal. Esta personalización de la campaña funcionó bien hace un año, pues los españoles tenían entonces un enorme caudal de confianza personal hacia Felipe González. Pero todos los sondeos mostraban que esa credibilidad se había deteriorado notablemente, incluso antes de los últimos escándalos, de modo que intentar repetir la operación del año pasado era un dislate. Y así, el doble mensaje de junio de 1994 (son europeas, pero no lo son) ha funcionado, pero a sensu contrario. De una parte, para evitar que venga la derecha lo mejor era votar a IU. De otra, el mensaje alarmista ha asustado a no pocos votantes socialistas (¿quién no lo ha sido?), que esta vez han preferido abstenerse o votar al PP. En definitiva, unos y otros han castigado a Felipe González. Sin coste alguno, pues ahora (en una circunscripción nacional y sin estar en juego un Gobierno del PP) no tenía sentido ni el voto útil de la izquierda ni el temor a la derecha. Por ello, cabe pensar -yo así lo creo que si estas elecciones hubieran sido estrictamente europeas el resultado hubiera sido menos desfavorable al PSOE. Que, en todo caso, se encuentra con lo que ha buscado: no tanto con una descalificación de su proyecto europeo como con una muy seria descalificación global, a la que tendrá que hacer frente políticamente. Con los mismos diputados que ayer; sin duda, eso es democracia. Pero con la mayoría de los electores en contra. Eso también es democracia. Y con el agravante de una descalificación personal de Felipe González, que traerá cola en su partido, ya fuertemente dividido.

Pero si las elecciones las ha perdido el PSOE, sólo llevados por la euforia popular podríamos decir que "ha ganado el PP". Pues es lo cierto que el PP ha ganado sólo unas elecciones europeas. En las circunstancias actuales, las mejores posibles, la diferencia de casi 10 puntos es grande, sin duda, un éxito que garantizaría la mayoría absoluta en unas elecciones generales. Pero es cuando menos discutible que los volúmenes de Votos respectivos puedan repetirse en unas elecciones generales, con voto útil de izquierda, miedo al gobierno de derecha y abstención baja. En relación con el 6 de junio de 1993, el PP ha perdido sólo 600.000 votos, pero el PSOE ha perdido más de 3,5 millones de votos, uno de cada tres. No nos engañemos, no ha ganado el PP, ha perdido el PSOE, que es cosa muy distinta. Por ello, y aunque no sea el momento oportuno, hay que decir que la estrategia del PP es errónea y perversa, aun cuando genera resultados a corto plazo. Errónea porque continúa intentando aglutinar desde la extrema derecha hasta votantes del PSOE de 1993, y eso le impide articular un programa y un mensaje homogéneo y creíble; literalmente, le impide decir nada. Quien mucho abarca poco aprieta, y si quiere apretar (votos suyos, no de castigo a los demás), no tiene más remedio que olvidarse de su extrema derecha y ubicarse de una vez en el centro-derecha, o incluso en el centro, abriendo se al tiempo a la sensibilidad autonómica. Pero su estrategia es además perversa, pues el poder, en democracia, se gana con un proyecto, no tratando de destruir al adversario haciendo imposible la alternancia y sustituyendo la falta de programa con la demonización del contrario. Cierto que Aznar hace llamadas constantes a la moderación y los contenidos de su campaña han ido mejorando constantemente. Pero sigue pidiendo nuestro voto en contra del PSOE, no a favor del PP, algo que funciona ahora, pero no sabemos si funcionará en otro momento y en otras circunstancias, aparte de que sólo redunda en desprestigio de la política, algo que, ciertamente, nos sobra.

En todo caso, la estabilidad política inmediata no depende tanto de los resultados de estas elecciones como de la estrategia de Jordi Pujol, árbitro indiscutible desde hace meses. Y es obvio que su estrategia política la marca Cataluña (más que España), donde ha ganado votos. ¿Seguirá Pujol apoyando la gobernabilidad con un PSOE ahora minoritario? ¿Cuándo considerará que ha llegado el momento de aumentar su peso en Madrid convocando las generales? Y viceversa, ¿hasta qué punto puede el PSOE minoritario continuar apoyándose en CiU y PNV a costa del socialismo catalán y. vasco? En resumen, ¿seguirá apuntalándose en el presente a costa de perder el futuro?

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Finalmente, cabe preguntarse si España ha ganado o ha perdido. Sin duda ha ganado, pues la posibilidad de alternancia es positiva para todos y obligará al PSOE a gobernar (el tiempo que le dejen) con mayor humildad, abandonando infantiles numantinismos y narcisismos omnipotentes. Quizás esta vez haya "entendido el mensaje" y deje de culpar al mensajero. Todo lo que sube baja, y el PSOE debe hacerse a la idea de que una buena derrota es mejor que una mala victoria; lo mejor es enemigo de lo bueno (véase Francia) y quien se pasa la vida diciendo "o conmigo o contra mí" se encuentra un buen día a dos en contra. ¿Está preparado el PSOE para la oposición? Hace meses que debía haber empezado a prepararse.

Pero si con los resultados España ha ganado, no así con el juego político que consolidan, un juego que está obligándonos a optar entre la profundización de la democracia para España de una parte y, de otra, el apoyo a unos partidos que basan su supervivencia en pasar por alto reglas esenciales de esa misma democracia. Una mala alternativa. Pues la democracia se basa (ésa es su esencia) en que la mayoría de hoy puede (y debe) ser minoría mañana, y viceversa. Para ello el discurso político debe aceptar no ya la alternancia, sino la legitimidad del contrario. No obstante, lo que hemos presenciado es que si el PP jugaba a ganar destruyendo al contrario, el PSOE jugaba a no perder deslegitimando al PP como alternativa democrática. De modo que, uno para ganar y otro para no perder, ambos están minando las bases del juego democrático. No pretenden convencernos, sino destruirse; un juego en el que sólo caben victorias pírricas. Y la fisura que unos y otros están abriendo al polarizar a los españoles (contra "la derecha" de una parte; contra "el socialismo corrupto" de otra) corre el riesgo de extenderse, politizando hasta extremos insoportables la sociedad y dificultando la convivencia. No se debe satanizar al contrario transformando al enemigo político en peligro público; no se debe dramatizar la alternancia, que es la esencia de la democracia. Creo que los españoles nos merecemos más seriedad de los partidos que pagamos con nuestros impuestos. Y vaya si lo hacemos... Por cierto, sin que nos rindan cuentas. Otra de las reglas del juego.

Emilio Lano de Espinosa es catedrático de Sociología.

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