Año sabático
Tal vez hoy el dios más visible e idolatrado sea el dios trabajo, ese que otorga a la persona el paraíso de la felicidad o, al menos, el paraíso de la dignidad. Sin embargo, en su templo no cabemos todos; las puertas no están cerradas, pero la abertura es estrecha y muchos no entran o sólo entran para estar un instante y salir de nuevo.Si a un ingenuo se le pidiera la solución del problema, la daría, y sería sencilla: repartir. Repartir no es dificil; entre otras posibilidades, existe desde muy antiguo el concepto de año sabático. Me pregunto qué ocurriría si al menos esas personas que disfrutan del venerado contrato fijo no trabajaran uno de cada siete años. Me imagino las manos echadas a la cabeza. El gran dios del consumismo diría que no podrían vivir así. Sé que suena mal, que suena a Estado intervencionista, a merma de libertades y derechos.
No tiene por qué ser así si se rige por algo tan válido, lógico y ético en sociedad como es la solidaridad. La solidaridad no niega la libertad: niega la insolidaridad. Si las fórmulas no funcionan, hay
que cambiarlas. No olvidemos que nuestra sociedad se basa en la Constitución, que proclama el derecho al trabajo para todos. Lo que verdaderamente suena mal, es triste y, sobre todo, peligroso es el discurso que a modo de exigencia, de única fórmula válida, proclama el consabido "¡Sálvese quien pueda ... !".-
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