Algo mas que un enfado
La última evidencia, si es que todavía se necesitaba alguna, de que Felipe González no había entendido el mensaje de las últimas elecciones legislativas fue tratar al amplio electorado de centro izquierda, que hasta ahora le había renovado su confianza, como si fuera una panda de colegiales airados. El padre, en un esfuerzo de generosidad, se muestra dispuesto a comprender el enfado de los chicos, a disculpar incluso su primera reacción, pero a renglón seguido les reconviene su actitud y, sobre todo, les pide que no se de en llevar de su cabreo porque las consecuencias de actuar bajo ese primer impulso podrían conducir a una catástrofe: abrir el paso a una derecha que no ha sido capaz de sacudir todavía sus reflejos franquistas.En esa apreciación, Felipe González ha errado por partida doble. Ante todo, no eran chicos sino adultos, y no estaban movidos por el enfado sino por una exigencia de responsabilidad política, los que en las elecciones legislativas contribuyeron al triunfo socialista con la condición de que su máximo dirigente se sintiera respaldado para poner orden en su propia casa y clarificar el panorama político ensombrecido por la corrupción. A reserva de análisis posteriores, es lo más probable que quienes han desertado en esta ocasión sean precisamente quienes han garantizado hasta ahora su triunfo:, esos votantes de clase media, urbanos, profesionales, lectores de periódicos, que no pueden ser tratados como chicos discolos sino como el sector más alfabetizado y, por tanto, más crítico también, del electorado socialista.
Y han desertado sencillamente porque la condición inexcusable bajo la que prestaron por última vez su voto no se ha cumplido. El falso cierre del congreso del partido, con el canto a la política de integración y a la "cultura de negociación", ha permitido que levantaran cabeza los dirigentes que todavía deben a esos electores una explicación sobre la caja B y las cuentas secretas que están en el origen de toda esta desventura. Esta es una sociedad adulta que simplemente no puede soportar los números circenses ni la escenografía populista destinada a ocultar bajo huecas palabras unas prácticas corruptas. Si todos los recursos que quedaban en el guardarropa consistían en andar sueltos de manos por los escenarios para repetir los mismos latiguillos de siempre, y encandilar así a un público entregado, no es sorprendente que los socialistas se hayan dado esta vez el batacazo.El segundo error de González, muy relacionado con el anterior, ha consistido en contribuir, en algún momento de su campaña, a hinchar el cuento de miedo de que vienen los franquistas. Todo el mundo sabe que el grueso del electorado se ubica, desde 1977 y de forma consistente, en la amplia zona que va del centro derecha al centro izquierda, con ligera ventaja para esta última. El límite del crecimiento de la derecha consistía en su incapacidad para atraer al electorado de centro, tan alejado del franquismo como pueda estarlo el tradicional votante socialista. Pero ya en las elecciones de junio, que marcaron el fin del sistema de partido hegemónico, la derecha creció por el aporte centrista que necesariamente tenía que sentirse reforzado en su actitud al verse tratado como heredero del franquismo.
La derecha se desliza así, lenta pero firmemente, hacia el centro, empujando al socialismo a sus fronteras de 1977-79. Y ahí radica la relevancia de estas elecciones. No que los socialistas, obligados a revalidar en el parlamento la confianza y quizá a un cambio profundo de gobierno, hayan perdido legitimidad para seguir gobernando; tampoco que sea cuestión de vida o muerte alcanzar un acuerdo sobre el decreto de disolución; sino que la derecha, por vez primera, aparece como partido de gobierno porque ha sabido llevar a sus arcas el paño centrista. Ahora todo depende de administrar con sabiduría un triunfo que no covierte a su líder en presidente pero que hace por vez primera verosímil que llegue a serlo.
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