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Tribuna:LA VUELTA DE LA ESQUINA
Tribuna
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Alma y sabor de los pajaritos

Durante el aperitivo se habló de los toros, o sea de la última, interminable tanda isidril y del pujante resurgir aficionado que llena las plazas, cada vez más numerosas y capaces. Una dama francesa, residente y recién convertida, encontraba chocante el continuo tráfago de mozos llevando y trayendo sandwiches y copas. "Parece Embassy". Su vecino apostilló: "¡Anda, que cuando vayas a los sanfermines!". Alguien inició el discurso defensor de los animales en general y las focas y los toros en particular. "Ya salió el Brigitte Bardot".No podría precisarse el momento en que se pasó del astado de 600 kilos detrás de los pitones al mundo de los pájaros. Quien lo inició tenía quizás reciente el encarte dominical de este periódico y se propuso amortizar aquellos conocimientos. Un cursi, tímido, que estuvo una vez en Montevideo y Buenos Aires, aportó la curiosa referencia que el tango hace del alma inquieta del gorrión sentimental. Intervino el mejor enterado: "Más que sentimental, enamoradizo, cachondo, me atrevería a decir. Tiene alusión en el refranero: 'Más ardiente que un gorrión". Otra señora apenas disimuló una ojeada de reproche hacia su marido, que apuraba el tercer martini. El anfitrión hizo encomiables esfuerzos para confinar la charla en los dominios ornitológicos, ante el fundado temor de que hubieran salido a relucir las cacerías de zorros y los combates de boxeo.

El extravagante trajo el argumento de que amamos a los pájaros porque no les tenemos miedo. Si aumentasen 50 veces su tamaño nos encontraríamos en el parque jurásico. "Es lo que ha recreado Spielberg", aseguró. "Verderones, urracas, gaviotas gigantescas eran algunos dinosaurios y monstruos herbívoros que todo lo arrasaron y murieron de hambre". Un breve silencio que no presagiaba nada bueno se hizo al llegar a este punto, en el periodo en que los cubiertos de pescado atacaban el lomo de supuesta merluza con almejas, en salsa verde.

"No me fío un pelo de los gorriones. ¡Ojo con esos fringílidos!", fue la irreductible postura de aquel hombre.

"Vamos, vamos. Ea, ea", murmuraron voces conciliadoras. "Los gorriones, los jilgueros, los canarios son nuestros amigos, alegran los jardines, hacen cantar a los árboles".

"¡Alto!", cortó el versado comensal. "A los jilgueros y canarios les metemos en jaulas. Cuando pueden, se escapan". Unas risitas: "Como Roldán". Y el otro: "Hablo de los gorriones. Son astutos, nada sinceros, depredadores y crueles con aves más chicas que ellos, a las que expulsan de su territorio y no dudan en matar". Un contemporizador adujo: "Ley natural... ".

"¡Narices! Se han hecho amigos del hombre por interés, por las migas que les echan, las sobras del basurero, y, peor aún, devoran el grano que sembramos y arruinan campos y huertos. Los campesinos siempre lamentaron que les protegiera la ley de caza".

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"¡Ya será menos!", interviene la francesa, recurriendo a su castizo madrileño.

"Hace poco más o menos un siglo llevaron gorriones a Estados Unidos, a Nueva Zelanda y Australia; fueron una temible plaga para la agricultura. Supongo que habrán encontrado un medio discreto para resolver el asunto, pues no se habla de ello".

La esposa, presumiblemente mal contenta, puntualiza: "Lo malo es cuando te echan la cagadita en el traje nuevo".

Hubo quien intentó una tibia defensa: "Hombre, a mí me parecen simpáticos. Como golfetes; traviesos, sí, pero espabilados. Me gusta la modestia de su plumaje y esos tímidos tonos rojizos en el dorso y las alas, la tripa cenicienta, las ojeras cernidas en sus ojillos, la cola castaña, con reflejos verdes".

El marido en cuestión, a nuestro lado, dijo a Media voz: "Pues yo no los recuerdo así, palabra, en las tascas de Espoz y Mina y la calle de la Victoria. La verdad es que estaban riquísimos.

Eugenio Suárez es escritor.

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