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Tribuna
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¿Que derecha en Europa?

Durante los cinco años transcurridos entre la elección del anterior Parlamento Europeo y el que se elegirá el próximo domingo se han producido tantos cambios, se han modificado tantos puntos de referencia y se han abierto tantas incógnitas que casi parece que estamos empezando de nuevo un camino que ya creíamos haber recorrido. Una de estas incógnitas -sin duda, -una de las más trascendentales- es la situación de las principales fuerzas políticas. Después de la desaparición de los bloques políticos-militares, que habían marcado de manera decisiva las ideas, las prácticas y los modelos de organización de las diversas fuerzas políticas, de derecha y de izquierda, todas han tenido que replantearse las cosas a fondo. Los resultados en parte ya se ven y en parte están por ver.

La izquierda ha pasado por momentos bien difíciles y, aunque está saliendo de la zona más dura de la crisis y está avanzando en una dirección correcta -la de la unidad en el marco europeo, simbolizada por el Partido de los Socialistas Europeos y el programa, común con el que se presentan todos a las próximas elecciones-, todavía tiene retos muy serios por delante, especialmente el de asegurar la continuidad de su principal aportación: la solidaridad social en el Estado del bienestar.

Pero en este momento creo que el problema principal está en el presente y el futuro del centro y la derecha. Y digo que es el problema principal porque sin un centro y una derecha claramente. comprometidos con el proyecto de Unión Europea éste no avanzará como es debido. No hay que olvidar que la actual Unión Europea se empezó a gestar después del terrible drama de la II Guerra Mundial, es decir, después de la más brutal, la más bestial y asesina de las guerras civiles de la historia de Europa. El proyecto de Mercado Común, como primera fase de una unión más amplia, era, por encima de todo, un intento de evitar la reproducción de los grandes conflictos que habían llevado a alemanes, franceses, italianos, británicos y demás países a matarse con saña entre ellos. El proyecto empezó a andar no sólo porque la tragedia había conmocionado a todos, sino también porque Europa estaba sometida a la lógica de los bloques, y éstos estaban encabezados por dos potencias no estrictamente europeas que aseguraban la paz por la vía del equilibrio del terror. En aquel contexto, la unión entre los antiguos enemigos europeos empezó a funcionar cuando tomaron la dirección del asunto algunas grandes fuerzas políticas y fundamentalmente dos: el socialismo democrático y la democracia cristiana.

Sin infravalorar la aportación de otros sectores y de grandes personalidades de adscripción política distinta, no cabe duda de que la unión avanzó cuando el socialismo democrático superó sus propias dudas, cuando la democracia cristiana llevó al terreno de la democracia a fuerzas de derecha que hasta entonces habían dejado hacer por activa o por pasiva a las dictaduras, y cuando ambos, socialistas y demócrata-cristianos, se pusieron de acuerdo en tirar del carro y enfrentarse de verdad con los grandes problemas. Pues bien, aquí es donde está el problema, porque, a mi entender, democracia cristiana está perdiendo terreno e incluso desapareciendo, y en el seno del centro y de la derecha no se ve qué fuerzas pueden tomar el relevo.

Es cierto que hay importantes sectores de esta derecha y de este centro claramente comprometidos con el proyecto europeo y con la democracia, pero en todas partes la derecha se fragmenta y aparecen sectores, más o menos fuertes, más o menos consolidados, que van ya por otro camino, que proclaman otra lógica y otros principios. Lo que predomina es la dispersión, la falta de definición sobre los problemas más importantes e incluso la fragilidad de las líneas divisorias.

La ilustración más dramática de todo esto es, sin duda, el caso de Italia. Tras el hundimiento de la democracia cristiana aparece tina derecha en la que prominentes corruptores sustituyen a los corruptos y entran en escena ministros neofascistas, es decir, herederos de todo aquello que el proyecto inicial de Unión Europea había intentado derrotar y marginar para siempre. Mucha gente se pregunta qué va a hacer la Unión Europea para frenar, esto, pero la verdad es que, por el momento, no conozco más respuestas que las del Grupo Socialista del Parlamento Europeo, que ha declarado que nunca votará a un neofascista para ejercer un cargo de gobierno en la Unión Europea. Pero esto, con ser importante, no resuelve el problema. Lo cierto es que apenas hay respuestas, porque esta eventualidad no entraba en el proyecto, porque esto era precisamente lo contrario de lo que la Unión Europea quería representar y construir. Es un problema que se tendrá que afrontar y sobre el cual nadie podrá eludir su responsabilidad.

Lo tremendo es que justo en el momento en que se intenta recuperar la memoria del antifascismo, justo en el momento en que se conmemoran algunos de los grandes acontecimientos que llevaron a la derrota final del nazismo y del fascismo, en el Gobierno de uno de los grandes países de Europa, Italia, y, por consiguiente, en el seno de la propia Unión Europea, está presente y actuando una fuerza cuyo líder, Gianfranco Fini, proclama que Europa perdió su identidad cultural el día del gran desembarco aliado en Normandía. O sea, que para una parte de los gobernantes italianos la identidad cultural europea es la del nazismo, la del fascismo, la de la unidad impuesta por la invasión, la violencia, la negación de los derechos, el racismo, es decir, todo lo que los fundadores y los impulsores de la Unión Europea, de izquierda, de centro o de derecha, intentaron erradicar para siempre.

No estamos, pues, ante concepciones distintas dentro de un mismo marco de referencia democrático, sino ante visiones y propuestas radicalmente diferentes, opuestas, enfrentadas, muy parecidas a las que acabaron enfrentándose trágicamente en el campo de batalla. Y aquí es donde surgen las grandes preguntas: ¿quién va a defender desde la derecha y desde el centro una legitimidad democrática que estos nuevos y viejos sectores de la derecha intentan destruir? ¿Quién va a combatir desde este sector de la opinión los intentos de legitimación del fascismo que afirman, entre otras cosas -como hace Gianfranco Fini, el líder neofascista. italiano-, que "hay, fases de la historia en que la libertad no es un valor preeminente"? Y, en definitiva, ¿con qué derecha podrá entenderse una izquierda europeísta obligada también a renovar su mensaje, pero que, sin duda, permanece fiel al compromiso inicial de la nueva Europa?

Éste es, sin duda, un problema fundamental para toda Europa. Y lo es especialmente para un país como el nuestro, que ha padecido una tan larga y tan dura experiencia dictatorial y que ha salido de ella hace muy poco con una transición a la democracia ejemplar, pero que dejó muchas malas raíces sin arrancar porque sensatamente decidimos sembrar en terreno nuevo. Por eso aquí hay que despejar toda clase de dudas y combatir con claridad el más mínimo cuestionamiento del marco de referencia de la democracia europea. Siento decirlo, porque estamos en vísperas de elecciones y parece que todo se debe interpretar en clave electoral, pero tenemos el derecho y la obligación de preguntarnos qué significa, por ejemplo, que, sin que nadie la desautorice, una candidata de la derecha al Parlamento Europeo reivindique no ya la memoria de Franco -que esto, en todo caso, será su problema-, sino una filosofía que se parece como una gota de agua a la del señor Fini. En definitiva, ¿qué diferencia hay entre decir que no tiene importancia saber si bajo la dictadura de Franco había o no libertades y afirmar que "hay fases de la historia en que la libertad no es un valor preeminente"?

Desde luego, cada uno es libre de decir lo que quiera. Pero en este país hemos tenido que tragar mucha quina para no remover un pasado que ha sido muy duro para muchísima gente, y son multitud, y si se me permite diré que somos multitud, los que hemos aceptado, el borrón y cuenta nueva para poder construir un futuro de paz y libertad para todos. Por eso mismo creo que también somos multitud los que no estamos dispuestos a que se nos escamotee lo que ha sido nuestra razón de ser en los años más duros ni a que se resucite ni uno solo de los demonios que llevaron a nuestro país y a toda Europa a la catástrofe.

Naturalmente, son los electores los que van a a decidir el número de diputados y diputadas de derecha o de izquierda que nuestro país enviará al próximo Parlamento Europeo. Pero es de la máxima importancia para todos nosotros y para los que nos contemplan desde otros países comunitarios saber si España va a contribuir a aumentar la confusión de una de recha dividida e inquietante o va a aportar calma y estabilidad al conjunto de los europeos, sean de derechas, de izquierdas o de lo que quieran. Ya sé que las campañas electorales se prestan a las frases gordas, pero admitir que la libertad puede no ser un valor preeminente y que la existencia o no de libertad es un asunto irrelevante son cosas muy serias para que se queden sin respuesta. Si me he decidido a abordar la cuestión, aun a sabiendas de que estamos en vísperas electorales, es porque pasan los días y no veo que nadie la aborde desde donde se debería hacer, es decir, desde las filas de la propia derecha.

es diputado por el PSC-PSOE.

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