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Una estafa del lenguaje

El 24 de mayo publicó Juan Luis Cebrián un artículo, El remedio y la enfermedad. Su lectura me sugirió alguna idea tangencial.Del artículo me obsesionó una frase, incidental, que no tiene mucho valor para la tesis que quiere mantener, y mantiene, y muchos podemos compartir. Habla del revival de Azaña por personajes destacados de la "derecha española", y dice: "Ahora que la derecha española, que nos enseñó a odiar y a abominar de don Manuel como del mismo diablo, pretende apoderarse de su herencia política y de su imagen de intelectual rebelde, bien merece la pena recordar a sus mentores que acudan a las fuentes y no a las recopilaciones o analogías más o menos interesadas".

En ese artículo se pide que el Partido Popular y el Gobierno dejen de extremar las respectivas posiciones políticas, dejen de someternos a la "ducha escocesa" entre la "desesperación" del PP por conquistar el poder y los claros designios socialistas de conservarlo a cualquier precio. Al fin y al cabo, no se trata más que de alternancia política, en un sistema que se pretende democrático. Pues claro: el Gobierno no es más que el Gobierno. Y perderlo, en una democracia, es lo natural para el que lo tiene; si lo sabré yo; y mi vida no se sumió, por ello, en añorante amargura.

Pero es que, según esa frase antes citada, parece que se identifica a esta derecha con "la que nos enseñó a odiar y abominar de don Manuel". Y si es así, si es aquella derecha, no parece razonable abrirle paso sin defender las posiciones con espíritu numantino. Creo ver, por eso, en el artículo una contradicción entre la tesis democrática que defiende y los juicios de valor previos, o prejuicios, de los que parte. Porque estoy seguro de que el autor no está dispuesto a dar paso (ni yo tampoco) a aquella derecha, a la que llamaremos, por hablar suavemente, energuménica.

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Pero la contradicción, en ene caso, no existe mucho más allá de las palabras. Si, superado el prejuicio que conduciría a un abismo de separación, se propugna la naturalidad del cambio, se está reconociendo. que el prejuicio es más un estereotipo verbal que una convicción asentada, y por ello se defiende el camino de la convivencia política de los diversos, que eso es, si no toda la democracia, su condición sine qua non.

De este modo, la contradicción será más fruto de la traición que nos hacen los tics del lenguaje que reflejo de una idea clara. Porque supongo que el autor sabe que esta derecha no es aquélla. Aunque tenga, como otros tienen, sus resquemores de que algún lobo, o algunos, estén agazapados entre las ovejas, sabe muy bien que no se trata de una manada de lobos disfrazada de corderos, o de cabritos, si quisiera darse alguna satisfacción lingüística (pero se concederá que un cabrito no es lo mismo que un lobo, en todo caso, dicho sea con perdón de unos y otros animales por utilizarlos en este asunto de hombres).

Porque aquélla sí que era derecha; claro que enfrente tenía, también una verdadera izquierda; aquélla sí que era izquierda. Por eso había derecha real; porque había izquierda, y viceversa. Recuerdo, a propósito de Azafia, en mi niñez uno de esos diseños ingeniosos en los que los rasgos de Azaña dibujaban a un cerdo y los rasgos de un cerdo dibujaban a Azaña. Un tipo de propaganda política de efectos, en mi caso, contraproducentes. Porque yo sólo sabía de Azaña que había dicho que "España ha dejado de ser católica", y también que se decía que se había convertido, más o menos, antes de morir. Lo del cerdo me puso en guardia. Después pude leer a unos y otros. Y cayó en mis manos La velada en Benicarló. Pero lo del cerdo fue como una vacuna. Siempre me ha dado asco la propaganda política; cualquier propaganda política simplificadora; y es que acabo por no creerme ni lo que me debería creer.

Pero se cae en ciertas trampas si uno sigue usando los viejos marchamos que hacían reaccionar como el perro de Pávlov, como autómatas condicionados. La derecha y la vieja derecha; la izquierda y la vieja izquierda. Por esa senda de identificaciones, uno acaba pensando en la brigada del amanecer y en la plaza de toros de Badajoz. Y así no hay modo. Pero la trampa no está en identificar la derecha actual con la Santa Inquisición y la izquierda actual con el Gulag. La trampa está en la utilización, como si definiera el mundo real, de esa terminología peligrosamente simplona: derecha e izquierda.

Al hacer de mí un antipropagandista, la vieja oposición entre buenos y malos hizo también de mí un antisimplificador. Lo que he llegado a saber es que el mundo no se divide en dos. Puede que haya dos, pero su oposición es dialéctica, no excluyente. De todos modos, nunca he creído en las fuerzas del mal, máquina que te máquina para destruir el bien.

Derecha e izquierda. Me pa-

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es catedrático de Hacienda de la Universidad de Sevilla.

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