_
_
_
_

Un testigo recuerda que los asesinos de Lucrecia gritaron: "Estos son. ¡Dispara!"

"Éstos son. ¡Dispara!". A Augusto Vargas, uno de los tres dominicanos que estaban la noche del 13 de noviembre de 1992 con Lucrecia Pérez, no se le olvidará jamás esta frase: "Éstos son. ¡Dispara!'. Vargas posee motivos para tener tal exclamación grabada a fuego. No en vano, uno de los tres plomos disparados por los homicidas le hizo estar 18 días hospitalizado. Y ayer, con su fuerte acento caribeño, repitió esta exclamación una docena de veces durante su declaración ante el tribunal que juzga a los cuatro acusados del asesinato de Lucrecia.

Vargas estaba en la ruinosa discoteca Four Roses de Aravaca cenando un humilde sopicaldo con sus compatriotas Enrique Céspedes Peña, Melbi González González y Lucrecia Pérez Matos. Unas cadenas cerraban la puerta de su habitación, que alguien golpeó fuertemente alrededor de las nueve de la noche de ese día fatídico."Creí que era la policía, que venía a pedimos la documentación", explica Vargas, quien añade que más tarde indicó a Cés,pedes que abriese la puerta. Este llegó a quitar las cadenas e inmediatamente sonaron disparos. "Yo me quedé tranquilo, con la cabeza junto a unas maletas y unas cajas. Grité a Céspedes, pero no me respondió porque estaba escondido. Yo dije: 'Han venido a matamos'. Me toqué la pierna y creí que me había hecho pis. Pero luego vi que tenía la mano llena de sangre", detalló el testigo. "A uno nunca se le olvida eso", confió en otro momento del interrogatorio.El dominicano explicó que el día del crimen llevaba siete meses en España y que nunca había tenido problemas con nadie. Por la mañana trabajaba como jardinero en Navacerrada. Por la tarde lo hacía en otro chalé de Aravaca. No volvió a encontrar empleo hasta nueve meses después de haber sido baleado."Vine a morirme a España"

Uno de los momentos más emotivos de su declaración fue cuando recordó las últimas palabras pronunciadas por Lucrecia antes de su último aliento: "Vine a morirme a España...", dijo. Y a continuación expiró.

Cuando se iba a iniciar la declaración de Enrique Céspedes, el segundo testigo, se produjo un confuso incidente procesal. El abogado del encausado Felipe Carlos Martín Bravo denunció ante el tribunal que Céspedes había contactado durante la tarde del pasado miércoles con un "profesor colaborador" de la cárcel de Alcalá-Meco para ofrecerse a variar su testimonio.El presidente ordenó salir de la sala a Céspedes e hizo pasar al estrado al citado profesor, Jorge Carretero, quien conoce a Martín Bravo, a Javier Quílez y a Víctor Flores por asistir al curso de mercadotecnia que él da en la prisión donde están recluidos.Carretero, que ha asistido al juicio desde el primer día, relató que Céspedes le informó que con su declaración podía salvar o condenar a los encausados, a la vez que le dio la impresión" de que quería llegar a un arreglo económico con la madre del joven Martín Bravo. El dominicano negó la acusación, que quedó entre brumas.El dominicano, apodado Olmedo, rodeó su testimonio de gestos teatrales y recreó con tono volcánico la escena del crimen: "Cuando abrí la puerta, vi a unos encapuchados. Yo les dije: 'Nosotros no tenemos problemas ni con la policía ni con la Guardia Civil'. Levanté los brazos. Entonces, el pistolero echó la pierna derecha y se puso en posición de tiro. Me arrojé al suelo. Los atacantes tenían las manos blanquitas. Por eso supuse que eran españoles. Porque nosotros somos morenos".

El acusador particular, Jaime Sanz de Bremond, aceptó que Céspedes podía haber exagerado algunos aspectos por cierto "afán de protagonismo". Pero valoró mucho que éste ya indicara en su primera declaración ante la Guardia Civil -10 días antes de que se detuviera a los cuatro procesados- dos datos claves y que luego resultaron exactos: uno, que el asesino utilizó una pistola, no un revólver, y dos, que éste calzaba unos mocasines.

Los golpes apagaron la vela

La sesión de ayer se cerró con el interrogatorio de Melbi González, conocida cariñosamente como Kati, que compartía habitación con la difunta Lucrecia. Su declaración sobre cómo se produjo el ataque ultra fue bastante confusa, aunque aclaró que la vela que iluminaba aquella noche la estancia se apagó al caer sobre ella unos cascotes desprendidos de la pared a consecuencia de los fuertes golpes propinados en la puerta por los asesinos.

Ante una pizarra con un esquema de la distribución de las camas que había en la habitación ocupada por Lucrecia y sus compatriotas, Kati contradijo lo que habían dicho anteriormente Vargas y Céspedes sobre las posiciones que ocupaba cada uno de ellos al producirse el asalto sangriento. Lo que sí tenía claro esta mujer es que, al día siguiente del que "pasó lo que pasó" Lucrecia tenía planeado entrevistarse con una señora que estaba dispuesta a darle empleo como sirvienta doméstica.. Pero dos balazos se lo impidieron.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_