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Tribuna
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Farmacopea

La amnesia ya no es una enfermedad, sino una necesidad, una defensa imprescindible para no ea( en los abismos de la depresión o d la esquizofrenia. Un ejemplo: durante décadas, severos galenos advertían con ominoso tono sobre los graves peligros de la automedicación. La farmacia no era un supermercado donde uno podía comprar cuarto y mitad de vitaminas y medio litro de jarabe para la tos. Las farmacias, incluso antes de que estuvieran protegidas por rejas y cristales antibalas como si fueran sucursales bancarias, era comercios atípicos y característicos, donde el cliente se confundía con el paciente, donde uno había de descubrir sus miserias y sus vergüenzas al solicitar en voz baja una pomada para las hemorroide o un tratamiento eficaz contra lo piojos. Muchos entraban en la farmacias como quien entra e una comisaría, con expresión culpable, preparados para recibir la reprimenda de un moralista de bata blanca que se negara a vender preservativos o píldoras sin receta.De la noche a la mañana, la pesadilla ha terminado, las autoridades sanitarias han optado decididamente por la automedicación y por el recétese usted mismo para ahorrarle gastos a la Seguridad Social, y en pleno ataque de amnesia, sin sonrojarse lo más mínimo, recomiendan que cada uno se haga responsable de su propia salud, demasiado importante para dejarla en manos de los médicos, y sobre todo demasiado cara para dejarla totalmente a cargo del Estado. La farmacia será por fin supermercado, con ofertas de ansiolíticos, analgésicos o barbitúricos rebajadísimos y sin receta, recomendados por sonrientes e indocumentadas mancebas de guardia. Y los boticarios serán al fin tenderos, ávidos de servir a su clientela y no de sermonearla.

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