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Tribuna:ELECCIONES
Tribuna
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El regreso de un líder

Ricardo García Damborenea levantó los brazos, echó atrás su cabeza poderosa de profeta laico y gritó con voz ronca: "Hay que decir basta". Y miles de banderas blancas del PP tremolaron en el coso de la Misericordia de Zaragoza, que se convirtió en un clamor que saludaba el regreso a la vida pública de un líder, de un político valiente y apasionado. García Damborenea se convirtió el 2 de junio, por propia voluntad, a una semana de unas elecciones europeas que son algo más que unas elecciones europeas, en un garante del proyecto político que dirige Aznar, en un avalista del cambio, en un hombre anuncio del PP. La voz de García Damborenea, cuatro años apartado de la política, no había perdido brillo. Mantenía ese destello de desafío, ese pulso vehemente, rotundo, de quienes saben hablar a las multitudes. Su figura alta, desgarbada, destacaba en el blanco escenario del partido conservador y empequeñecía a los que le habían precedido. No es que gritase más, es que tenía más fuerza.García Damborenea es una pasión política. Lo lleva en la sangre como otros llevan el gusto por la velocidad o por el riesgo. Su discurso fue un puro gesto contra la hegemonía socialista, contra la mayoría social de la que formó parte, contribuyó a consolidar y abandonó derrotado en la pelea interna; su pasión y su desengaño se traslucían al hablar del presidente del Gobierno y de Franco. En el vértigo de su discurso les explicaba a gritos a los miles de simpatizantes del PP que llenaban la plaza que ellosno eran franquistas: ¡que no son franquistas, a ver si nos enteramos! Damborenea se convertía en aquel momento en el san Juan Bautista del PP, y las aguas del Ebro, en el Jordán que purificaba los pecados antidemocráticos si los hubiera.Damborenea es uno de los pocos políticos que sabe transmitir su convicción temporal, su verdad relativa, como una verdad urgente, imprescindible. Nadie como él para frenar la campaña del PSOE, que pretende presentar a los populares como franquistas camuflados o demócratas dudosos. Nadie como él para salir en defensa de Mercedes de la Merced, "una demócrata irreprochable", dijo, y explicar que no hay que preguntar a los políticos lo que piensan, sino si tienen manos limpias.

Damborenea no es Garzón. Sería comparar el orgullo y la vanidad, la ambición política con el deseo de mandar, a un político profesional, curtido en las calles y en los despachos del País Vasco, con un funcionario del Estado que tuvo la tentación de la política. Damborenea se subió a la tribuna para decir algo sencillo: que se fía de Aznar, del que aseguró que no mentirá porque no sabe hacerlo, y que hay que votar al PP por higiene democrática. Y aseguraba que no renunciaba a ninguna idea, a su amor a la libertad, a la solidaridad, a la justicia. Damborenea, el ex dirigente de la margen izquierda vizcaína, el puño de hierro frente al terrorismo, el azote dialéctico del socialismo vasco ftente al nacionalismo, volvía el jueves a la política porque no podía aguantar callado, seguir ajeno y distante de una actividad que le devora. La política ganará con su presencia, con su pasión y con una mente fría y decidida.

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