Fugas
Soy un experto en fugas; me he escapado más veces que El Lute y de más sitios. A los cinco años me evadí de clase ante las mismas narices de una monja enorme que llevaba media hora haciendo una descripción costumbrista del infierno, Ni se enteró, y eso que huí a través de sus hábitos: imaginé que me colaba por uno de sus pliegues y, enseguida, en lugar de las piernas encontré un bosque oloroso con una casita de turrón. Yo ya sabía que aquella monja no tenía piernas, porque en lugar de andar se deslizaba; lo que no habría podido sospechar es que escondiera una casita de turrón debajo de las faldas.Desde entonces no ha habido realidad hostil de la que no me haya descolgado con la ayuda de una sábana o de una lima imaginarias. Me he fugado de varios colegios, de seis o siete oficinas, de la mil¡. En la mift tuve un sargento que vendía enciclopedias a los reclutas bajo la promesa de no arrestarles; yo no compré, porque, sabía que ya estábamos arrestados y ésa no era forma de huir. Para escapar de la mil¡ hube de emplear alta tecnología imaginaria de la que me desprendí, por asco, cuando me licenciaron. Algunos compañeros se fugaron a través del alcohol o comprando enciclopedias, ya digo, pero hace poco me encontré a uno de ellos y hablaba como si continuara todavía allí, en la mili. Pobrecillo.
Quiero decir que no hay cárcel que se me resista. He huido de reuniones de trabajo enloquecedoras y de tardes eternas de domingo. Llevo, sin embargo, una temporada atrapado en la actualidad y no logro dar con un maldito hueco imaginario por el que huir del costumb rismo euro-andaluz sin caer en el sainete de Mariano Rubio y Luis Roldán. En la celda contigua a la mia agoniza de neorrealismo un italiano que me ha pasado una sierra en una barra de pan. Pero no tiene dientes.
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