Calvo García, 'Calvillo'
Eso de tener recuerdos de un cuarto de siglo no es nada bueno y yo los tengo. Hace 25 años, Calvillo me enseñó las posibilidades del anís seco con el dulce y a beberlo a sorbitos. Tenía una curiosa teoría sobre el anís.-Por las mañanas es mejor el anís dulce porque te quita el mal sabor de boca, después de comer lo mezclas y por las noches tengo un invento que no falla con las mujeres.
-¿Cuál es, Calvillo? -le preguntaba yo, que por aquel entonces pensaba que por las noches había que tener algún truco con las mujeres.
Calvillo entrecerraba los ojos y yo me adelantaba en la silla para escuchar mejor.
-Coges una copita de menta, la pones en un vaso con dos cubitos de hielo, le añades anís seco y les hablas. A las mujeres hay que hablarlas.
-¿Y qué les digo, Calvillo?
-Lo que quieras, a las mujeres les da lo mismo, el caso es que noten que te preocupas por ellas.
Yo prestaba mucha atención, porque Calvillo tenía cuatro mujeres al punto en la Ballesta y las cuatro parecían enamoradas de él.
Además del anís, tenía otra curiosa teoría sobre el bigote.
-Los hombres deben llevar bigote, porque el bigote es un paréntesis alrededor de la boca, ¿comprendes? El bigote refuerza la boca, que es el lugar del hombre donde más se fijan las mujeres. Los bigotes son como los colmillos de los jabalíes, pero no la barba, nunca te pongas barba. Los tíos que llevan barba son disimuladores, se tapan la cara y tienen algo que esconder. Las mujeres desconfían de los barbudos.
Calvillo pagaba mil pesetas de entonces a los serenos para que le santearan mujeres y yo, algunas veces, iba con él. Decía que organizaba ballets que luego contrataba a los clubes de alterne: Yulia, Cactus, Alazán, Jhay, etcétera. En aquella época había que decir esas cosas y todas las mujeres caían en las garras de Calvillo.
Yo veía a Calvillo hablar con ellas y pagarles las copas de menta y anís y soñaba que lo mejor de este mundo era ser guapo.
-De eso nada -me rebatía Calvillo-, las mujeres desconfían de los guapos-guapos. Los guapos-guapos no hablan, no gastan saliva y piensan que por el simple hecho de ser guapos-guapos las mujeres van a caer en sus brazos, y por eso resultan casi todos gilipollas. Las mujeres consideran a casi todos los hombres que se acercan a ellas a hablarles y a prestarlas atención. No hace falta ser guapo, basta con el bigote, con la labia y con el anís y la menta.
Las mujeres querían a Calvillo, y yo me fijaba a ver si aprendía algo. Por ejemplo, nunca le hablaba a una de la otra y, de vez en cuando, las invitaba a cenar y dormía con ellas. Cada una de las cuatro se veía como la favorita, vamos, creo yo.
-Tienes que acordarte siempre del nombre, no confundirte y saber de qué pie cojean.
-Claro -contestaba yo-, es muy fácil.
Pero no lo era. Ninguna de las cuatro trabajaba en el mismo local y, aunque sabían que Calvillo tenía a cuatro, lo llevaban bien.
Había una, Mercedes, que trabajaba en un local de la Ballesta llamado Pájaro Chehuí, que quitaba el sentido.
-Calvillo, querido, ¿me quieres? -le decía, y a mí se me formaba un nudo en el pecho- imposible de tragar.
-¿Tú qué crees? -contestaba él- A propósito, he pensado que podíamos irnos de fin de semana solos los dos. ¿Que te parece?.
Calvillo hacía la ronda de los locales, los camareros le invitaban a copas y las mujeres le entregaban el dinero para que lo guardara, no fuera que cualquier desaprensivo lo robara. Qué tío era ese Calvillo.
Supe que se había alcoholizado y que murió achicharrado en un solar, una noche, mezclando una botella de anís con otra de menta. Dicen que no sintió nada, que parecía una antorcha, y yo me puse a pensar que tener recuerdos tan lejanos era una porquería.
es escritor.
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