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Tribuna
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Cuestión de manchas

Francisco Peregil

El martes a las seis y veinte de la tarde me senté en un taxi:- Lléveme, por favor, lo más rápido que pueda al aeropuerto-. Estábamos en la calle del Cardenal Herrera Oria y había huelga de autobuses interurbanos.

- ¿Cuándo sale el avión?

En media hora despegaba. El taxista, gordo y apacible, apoyaba un codo en la ventanilla y conducía con la derecha.

- Ante todo -me estudiaba por el espejo retrovisor-, no se ponga nervioso porque le va a dar lo mismo.

- ¿Nervioso yo? Qué va, hombre, más se perdió en Cuba.

- No le quepa duda. Sería la primera vez que un viajero mío pierde un avión.

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- Hombre..., a veces, no depende de ustedes, sino del tráfico y otras cosas.

- Muy raro será que usted pierda el avión conmigo. Estamos bien situados.

Al minuto nos encontramos con una caravana imponente en la M-30.

- Parece que está esto un poco. congestionado -me ilustraba el taxista señalando con la mano una fila de más de quinientos coches.

Como le había prometido que de nervioso nada, ni me atrevía a proponerle un trayecto alternativo. Silvé y me resistí a cruzar las piernas, a moverme siquiera, para que se diera cuenta de que yo seguía pensando en Cuba.

A los cinco minutos enfiló la M-40. Sólo contábamos con otros tantos minutillos para bebernos la autovía y pisar el aeropuerto, pero en lugar de correr descendió a 90 kms/hora. Yo procuraba rememorar Cuba antes que objetar nada, pero él lo hacía a conciencia, estaba claro que un accidente por exceso de velocidad no íbamos a sufrir. Entonces comunico con su emisora:

- Avisen a los compañeros de que en la M-40, llegando al aeropuerto hay manchas de aceite, cuidado.

-¿Manchas de aceite?, -le pregunté- ¿Y tan grandes son como para que provoquen un accidente?.

- Hablo de la Guardia Civil -le faltó decir 'so ganso'-.

Efectivamente, a un lado de la carretera un Guardia Civil tomaba nota a un motorista. Las multas por exceso de velocidad alcanzan hasta las 40.000 pesetas, y está claro que en esto de las manchas algunas instituciones aún no han aprendido a manejarse. Si los taxistas de radio emisoras llaman a los civiles manchas de aceite, sus razones tendrán, que dirían Quevedo y Maradona en caso de que así lo vieran.

Se les escapa Luis Roldán y ya ven el honor del cuerpo manchadito todo él. Le importa poco a la dirección de la Benemérita arruinarle la vida a un pobre vinatero de Villaconejos, Luis Roldán, que lo único que ha hecho es venderles desde hace cinco años sus botellas Luis Roldán. Les salió rana el ex director general, y, sin ton ni son, la emprenden con el vinatero. Le dijeron que no estaban las cosas para poner vino de Luis Roldán encima de la mesa de los guardias civiles, que lo comprendiera. No le preguntaron si está casado, que lo está, o si tiene una hija, que la tiene. Menos mal que desde que se publicó el infortunio le telefonea la gente incluso desde Suiza para encargarle pedidos. Pero lo Guardia Civil no te llama. Eso sí es un manchurrón: no rectificar.

Se lo contaba el vinatero a Vicente G. Olaya en este periódico el otro día: "Lo más bonito de esta historia no es haber vendido casi toda mi cosecha, sino haber recuperado mi buen nombre". La Guardia Civil estaba ganándose un buen nombre a pesar de Tejero, y casi lo pierde ahora, no por culpa de su ex director general, sino por rescindir el contrato al vinatero. Lo más bonito de mi historia es que embarqué a tiempo. El taxista, del que aún conservo el número de licencia, puede decirle al próximo viajero que en su coche nadie ha perdido el avión. Su curriculum aeroportuario continúa inmaculado.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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