Gritos
Uno aprende con el tiempo que lo de las profecías electorales, cuando ni siquiera se sabe cuándo van a ser las próximas elecciones, es un ejercicio vacío propio sólo de aquellos que se tienen que ganar la vida con ello. (Muchos compañeros de profesión se ven obligados a vivir de eso; otros, de hacer crítica de televisión; en fin...).Pero la marcha de la cosa pública indica que no es descabellado pensar en la derecha al frente del Gobierno de este país. Envuelto en el calor de la ropa de cama, en los minutos previos al sueño, irrumpe en la intimidad la imagen de Aznar dirigiéndose al país en el trance de su toma de posesión como presidente. Todo normal. Un discurso moderado e integrador que no puede asustar a nadie.
Luego, el rosario de cosas que van a cambiar en la vida cotidiana. El río de subvenciones que ahora recibo, desviado a Jiménez Losantos o a Pablo Sebastián, por aquello de la alternancia. Las atenciones de Carmen Romero, desaparecidas. En una tasca madrileña se reúnen los escritores del nuevo régimen entre grandes risotadas, mientras los que éramos colmados de atenciones y viajes a Buenos Aires nos vemos de dos en dos y con las solapas de la gabardina subida. Quizá por el calorcito de la cama, también esto resulta tolerable. Hasta tiene su gracia lo de poner a parir a los triunfadores. Y no es malo para algunos lo de volver a trabajar para ganarse la vida, tras doce años de ayudas oficiales. El sueño avanza cauteloso.
Pero un súbito clamor alcanza las meninges. Un clamor progresivo, que ensordece y acaba por vencer la placidez del reposo. ¿Qué demonios es ese griterío sin imagen? Poco a poco, las tinieblas se vuelven sombras y las sombras se tornan perfiles nítidos. Docenas de Ramallos, de Ratos, de Álvarez Cascos vocean. Un Cisneros cocea el banquillo.
Por Dios, que ganen, pero que dejen de gritar.
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