Pelea por la plata
Zülle rebaña unos cuantos segundos a Delgado y Zarrabeitia
"¡Yo quiero podio!", decía Zülle, casi como un niño caprichoso. Ese simple deseo de un ciclista que lo ha pasado esta Vuelta peor de lo esperado dio ayer un poco de lustre a una etapa que transcurría mortecina. Rominger no está en peligro. Parece que la lucha por el podio es un asunto de derrotados, pero por la energía que se está derrochando en su conquista más parece que sea el Everest en vez de un escalón de más. Y la Vuelta terminará viviendo de ella. Además, en ella está implicado Pedro Delgado, el ciclista más popular, que disputa su última Vuelta. Los caminos del Señor son inexcrutables: en medio de un mar de tedio y de críticas por conformismo, un tema de segunda categoría, una vez resuelta desde hace semanas la superioridad de Rominger, dará a todo quisque un par de días de emoción.Zülle puso la fuerza y la decisión, y, sobre todo, la inteligencia. "He atacado para probarme", dijo.
Y cuando decidió, usando sus palabras, probar cómo se le movían las piernas los Mapei iban marcando un ritmo sostenido, no excesivamente fuerte, un control rutinario por así decirlo. Al acelerón del suizo respondió el reflejo pauloviano de Unzaga, el mejor hombre del líder. Con un movimiento instintivo aumentó el ritmo. Fue algo automático: tantos años de trabajo para un líder le han hecho al ciclista de Llodio convertirse casi en un autómata. Como un poseso, a base de bocinazos, se abrió paso entre el pelotón su director, Juan Fernández, en coche. "No tires", le dijo. "Esta guerra no es la nuestra". Y la pelota saltó al tejado del Banesto, que hasta entonces se dejaba hacer.
Unzaga, y con él los Mapei, levantó el pie. Se produjo un parón precioso para Zülle. Apenas duró unos segundos, pero, fue oxígeno para el escapado. Los Banesto dudaron antes de lanzarse. Si tiraban fuerte, ponían en peligro la fuga de Marino, si no tiraban, se les iba Zülle. Por delante, Marino tardó en enterarse de lo que pasaba detrás. Tuvo que subir su director, Mínguez, a avisarle. Luego, se dejó alcanzar y rebasar por Zülle: sus fuerzas eran más necesarias atrás. Y se juntó al pelotón y tiró hasta la extenuación. Pero todos los esfuerzos fueron casi inútiles.
La ventaja de Zülle no subió durante la escapada más allá de los 40 segundos. Pero tampoco bajó de los 16 segundos finales. Bajó el puerto de Navalmoral, antes de cuya subida había ata cado a la perfección. Después, en el llano hasta las murallas, el fugitivo se vio beneficiado por el viento que soplaba de espaldas: permitía al solitario marchar sin obstáculos y no ofrecía ninguna ventaja a la caza en grupo. Y mientras Zülle marchaba arropado a su derecha por el coche de su equipo, por detrás los perseguidores -Miranda, Mauri, Delgado, Zarrabeitia- sufrían el pinchazo de Aparicio, al que no pudieron auxiliar. Y ni siquiera en el trozo que se le atragantó a Zülle -la larga cuesta de adoquinado a la entrada de Ávila-, los demás se aprovecharon: no hubo el habitual tirón y ataque ambicioso que acelerara el ritmo. "Ya íbamos con la lengua fuera", dijeron los Banesto.
"Perico ha debido de temblar", dijo Juan Fernández. El técnico del Mapei se sentía maestro de ceremonias. "Me alegro de este final de etapa", decía. "El ataque de Zülle ha dado espectáculo". Privilegios que se puede permitir quien va de observador neutral. Y también consejero: "Hay que ser valiente. Tiene que haber corredores que se lo jueguen todo. Y Banesto ha tenido que dejar de ser conformista".
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