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El gordo

La inminente exhibición en el centro de Madrid de las esculturas de Fernando Botero está provocando general regocijo entre los gordos y las jamonas. Desde el 12 de mayo, la obesidad será la madre de todas las estatuas, el escarnio de todos los flacos, el orgullo de todas las preñadas. Pongamos los puntos sobre las íes: ser gordo es una de las pocas cosas contundentes a que se puede aspirar en este mundo. Por lógica, por teología, por ética.Por lógica: la obesidad es la fuente de la vida. Todas las personas salen de una mujer con la barriga oronda. Por teología: Dios es lo más grande que se puede pensar. Ahora bien, lo más grande que se puede pensar es algo muy gordo; luego Dios es rollizo, mal que les pese a algunos. Por ética: el hombre -acaso la mujer- está hecho a imagen y semejanza de Dios. Pero como Dios es gordo, está claro que los canijos no entrarán en el reino de los cielos. Todos los escuchimizados debieran ser objeto de acoso y derribo por parte de la ley. Flaco servicio hacen a la causa humana los regímenes de estilización, las modelos y los Fideos. Digámoslo con toda crudeza: los escuálidos son el demonio: todos ellos acabarán en las calderas de Pedro Botero -nada que ver con el artista que nos ocupa; Fernando Botero se apellida así por una broma del destino. A Satanás nadie lo ha pintado gordo. Por algo será. Ningún analista político ha puesto el dedo en la llaga para explicar la espectacular caída del comunismo: que indaguen en la famélica legión y saquen consecuencias al respecto.

Política y socialmente, aquí se está armando una muy gorda. Y seguirá siendo así hasta que el electorado se percate de que la gestión pública sólo debiera ser encomendada a personas de peso. El culto a la imagen escuálida y la idolatría hacia las pasarelas traen consigo estos Iodos. Los chupados chupan, como su nombre delata. La autoridad jamás debiera ser flaca ni rubia ni roldana. Sin embargo, el contribuyente no escarmienta: los adiposos no se comen una rosca en política, salvo error u omisión.

La policía debiera esposar (por la Iglesia) al ciudadano Fito Goyeneche, camarero y tanguista, que anda por ahí propagando este insidioso sofisma: "Dios está en todas partes; si está en todas partes, tiene que caber en un dedal; quien cabe en un dedal es pequeñín; luego Dios es bajito y estrecho". Mientes, Goyeneche, y tú lo sabes: el mayor premio al que todos aspiramos es que nos caiga encima el gordo, es decir, Dios.

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