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VUELTA 94

Rominger abusa

Zarrabeitia se confirma en Sierra Nevada como gran esperanza española

Carlos Arribas

Manolo Sáiz estaba demasiado nervioso. Como para preguntarle por sus sueños. Lale Cubino decía que nunca se acordaba por la mañana de lo que soñaba; José Miguel Echávarri hablaba de una Alhambra florida en primavera y de hacer doblar la rodilla a Boabdil; Juan Fernández no estaba nervioso -"para qué voy a preocuparme de algo que no depende de mí; yo ya he hecho mi trabajo. Ahora estoy en manos de sus piernas"-, y tampoco se acordaba de lo que había soñado la noche anterior en su hotel de Granada, la víspera de la subida a Sierra Nevada. "Ni siquiera sé si sueño", decía. ¿Para qué? Con un suizo como Rominger, la fantasía es parte de la realidad.El ONCE hizo una carrera nerviosa y contradictoria, el Banesto, una ilusionada y el Mapei, una realista. Rominger abusó de sus fuerzas y convirtió la Vuelta en una lucha por el segundo puesto. El ONCE le dio a la valentía loca y acabó rompiendo unos cuantos platos. El Banesto intentó que la fantasía y la esperanza pudieran con el realismo fatalista: sacó su tajada. Y también el Kelme tuvo su decir: el genio de Cubino, doliente rodilla, le valió para ser el mejor español del día. Resultado: bostezos de unos cuantos ante una manifestación de superioridad, resignación de otros, y la vista ya alargándose hasta julio, hasta el Tour: ¿Qué harán Induráin y Rominger cara a cara?. Malas noticias para la Vuelta. Y alguna buena para el ciclismo español: Zarrabeitia sacó coraje, ganas y capacidad. Se mostró como un ciclista con cabeza y valentía. Se confirmó casi como la única esperanza española para esta Vuelta y para el futuro. Y casi la única de su equipo. Delgado aguantó a su estilo, emocionando. Montoya no pudo; Mauri -mala suerte: caída y desgaste de fuerzas en la remontada- se hundió; a Aparicio se le vio verde.

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"A ver qué pasa"

La subida a Sierra Nevada -un puerto alto y largo, dado a la marcha regular más que a las explosiones- pareció ser un asunto de voluntad. "A ver qué pasa", decía Rominger por la mañana. "No sé cómo saldrá". Ilusionado, Zarrabeitia, el joven de Abadiño, 24 años, estaba ilusionado. Si le gritabas cuando salían te respondía con una sonrisa y la mano levantada, casi tímido pero confiado. Y todo bajo un fuerte sol.

"En la primera etapa de montaña siempre hay un desfallecimiento inesperado", decía Echávarri. "Se sabrá quién ha perdido la Vuelta, no quién la ha ganado", afirmaban los más. Iban 16, los más fuertes. Quedaban seis kilómetros, los más duros, para la meta. Si había habido escapadas hasta entonces -Mora, Yesid Camargo, Stephens-, nada valía. Los Mapei -Unzaga, Escartín, Arsenio, Ginés, Abraham- mandaban. Su ritmo en los 24 primeros kilómetros de la subida no era excesivo, pero los más débiles doblaban el espinazo. Pasara lo que pasara, la montaña, los 2.500 metros de Sierra Nevada eran el único enemigo hasta entonces. Y entonces Rominger, anónimo todo el tiempo, escondido en el grupo, decidió hacer de patrón y saciar su bulimia. El ganador de las dos últimas Vueltas aceleró un pelín y se puso al frente. La historia iba ya en serio.

Unos, asfixiados por la falta de oxígeno; otros, aplanados por el calor; unos cuantos -Luis Pérez, rodilla vendada, Koke Uría, del CastelIblanch- sacando fuerzas del coraje. 16 quedaban.

Y comenzaron los desvaríos. Zülle iba de sombra de Rominger, con facilidad, sin más agobio. Su compañero de equipo Oliverio Rincón se sentía llamado a la victoria. Y soltó un latigazo. Zarrabeitia, el vigilante del Banesto, a su rueda. Se empezaba a decidir la historia. Falsa alarma. Pequeño acelerón de los Mapei, y otra vez en grupo. De nuevo, Oliverio y ya Rominger a su rueda. Zülle empieza a flaquear. Su propio compañero, rompiéndole el ritmo. ¿Qué iba a hacer? Ante un enemigo a la defensiva ¿cómo le haces bajar la guardia si no le buscas las cosquillas? Pero ¿para qué enfurecer al dragón?.

Si no osas no sabes. Zarrabeitia, el joven de Abadiño, el junco con clase, osó. Y Rominger saltó tras él. Y los dos solos se fueron. Uno, Zarrabeitia, a tope; otro, Rominger, sobrado. Sabía que era su hora. Su apetito de victorias no aguantaba más. Y se puso delante del vasco del Banesto. Y éste, a duras penas. Esprintando para aguantarle la rueda. El suizo, otra marcha, y Zarrabeitia, descolgado. Abusando de sus fuerzas -y daba la impresión de que tenía más en la reserva por si las necesitaba- Rominger -estilo de rodador, encorvado sobre el cuadro en rampas del 8%- Rominger, solo. Su reino.

En la montaña abusa; en la contrarreloj, por encima -más de 51 kilómetros por hora en Valladolid-. Mañana, Benidorm: 49 kilómetros contrarreloj. Dos minutos sobre el segundo. Es Tony Rominger.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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