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Nixon no se despidió de Washington

Las hijas del presidente fallecido rechazan velar el cadáver en la ciudad del Watergate

Antonio Caño

Ni siquiera muerto, Richard Nixon perdonó a quienes le humillaron hace 20 años. Aunque los miembros del Congreso, cumpliendo meramente con una formalidad, ofrecieron instalar la capilla ardiente en la rotonda del Capitolio, como se había hecho con todos los presindentes desde Abraham Lincoln, incluyendo a Lyndon Johnson y John Kennedy, las hijas de Nixon, las mismas que se abrazaron a él con lágrimas en los ojos en aquella memorable ceremonia de despedida de la Casa Blanca en agosto de 1974, pensaron que hubiera sido un insulto para la memoria de su padre velar su cadáver en los pasillos desde los que se tejió el Watergate y desde los que se forzó su renuncia.Las hijas de Nixon, Julie Nixon Eisenhower, casada con un nieto del presidente para el que Nixon sirvió de vicepresidente, y Tricia Nixon Cox, quisieron, seguramente por expresa voluntad de su padre, que Richard Nixon no tuviera ninguna ceremonia oficial de despedida en Washington, ciudad de amargo recuerdo para toda la familia.

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En su lugar, el cadáver será velado en una desconocida casa mortuoria de Nueva Jersey, cerca de la residencia de Nixon, adonde sólo acudirán los amigos íntimos del presidente desaparecido. Mañana, el cuerpo de Nixon será trasladado a una base militar de Nueva York, desde donde, a bordo del avión que solía utilizar para sus viajes presidenciales, volará a su querida California, la tierra que abandonó a finales de los años cuarenta para comenzar su carrera política, pero que siempre le dio refugio en las horas difíciles. Nixon fue, en realidad, el primer político de talla universal procedente de la costa Oeste. Allí, en la ciudad donde nació hace 81 años, Yorba Linda, en medio del conservador, acomodado y blanco condado de Orange, Nixon será enterrado el miércoles junto a su esposa Pat, y en presencia de Bill Clinton, los demás ex presidentes vivos y un buen número de personalidades extranjeras.

En Yorba Linda -sin duda una desviación fonética del español Yerba Linda- está instalada la biblioteca de Nixon. Cada presidente norteamericano fallecido tiene la suya, una especie de museo donde se recogen recuerdos y documentos del propietario. La de Nixon es la única que no está financiada por el Gobierno. Después del Watergate, Nixon quiso ser limpio como la mujer del César y no aceptó jamás dinero ni favores que pudieran hacer dudar de su honestidad.

La biblioteca de Nixon es también la única que no contiene todos los archivos del presidente. Por supuesto, lo más importante de los de Nixon, las cintas del Watergate, están guardadas, por mandato del Congreso, en un almacén de Virginia que pertenece a los Archivos Nacionales.

Por la biblioteca de Yorba Linda, en cuyo interior reposarán los restos de Nixon, desfilan estos días miles de turistas que quieren demostrar con fotos que estuvieron allí cuando el presidente murió. Por muy malos recuerdos que haya dejado Richard Nixon en el ciudádano común, un presidente en este país es, por principio, objeto de respeto, y así se ha demostrado durante más de 24 horas continuas de programación televisiva dedicada a su memoria y en los cientos de reacciones encontradas entre la tristeza y el resentimiento que su muerte ha despertado.

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