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Reportaje:

Händel empuja a los corredores al final

Javier Adell, de 27 años, participó en el Maratón Popular de Madrid de 1993 "sólo por llegar al kilómetro 41 " y volver a oír el Aleluya, un fragmento del oratorio de El Mesias, de Händel, que suena en ese tramo crucial de la carrera. "Cuando vas subiendo Goya, antes de coger el desvío a Príncipe de Vergara, ya se oye", afirma. Le había ayudado a terminar en otras ediciones y siempre le había parecido una casualidad que coincidieran él y la música. Hasta que se convenció de que, desde el mismo balcón del número 10 de la calle del Príncipe de Vergara, alguien hacía sonar la pieza.Para la familia Maldonado, lo de poner la música todos los últimos domingos de abril -el día en que se corre el maratón madrileño- se ha convertido en una tradición. Todo se inició hace aproximadamente una década. Jacobo, de 33 años, hijo mayor y corredor habitual, decidió pedirle a sus hermanos que le pusieran música para "correr más a gusto" cuando pasara por debajo del balcón familiar, a tan sólo un kilómetro de la meta.

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Él había elegido por su ritmo la canción de la Orquesta Mondragón Viaje con nosotros, pero descubrieron que en el tocadiscos que tenían por aquel entonces no se oía muy bien desde la calle.

La encargada de "darle al botón" al paso de Jacobo era su hermana Conchita, de 31 años, que desde el comienzo se implicó totalmente en el asunto. lCuando su hermano dejó de correr, ella siguió poniendo la música.

Maratón Popular de Madrid (Mapoma), la empresa organizadora de la carrera madrileña, asegura recibir cartas cada año en las que los participantes manifiestan su agradecimiento "a los de la música del último kilómetro", según reconoce su presidente, Mauricio Blanco.

La policía y el disco

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Conchita cuenta que, para sus padres, una mañana dominical de maratón de Madrid es el equivalente a un "desaparecemos de casa hasta la hora de comer".

Los dos altavoces del equipo de música de los Maldonado se asoman a la calle por un mirador y un balcón. Uno lo orientan hacia el parque del Retiro, y el otro, hacia el cruce entre las calles de Goya y Príncipe de Vergara. Los corredores suben la cuesta de la primera, quemando sus últimas reservas, y giran a la derecha al llegar a la segunda; es entonces cuando se encuentran más intensamente con el Aleluya, que resuena a lo largo y ancho entre las tres manzanas de edificios, y los conduce hacia los ya cercanos árboles del Retiro, donde está situada la meta.

Adell siempre había querido subir y agradecerles personalmente a los Maldonado su apoyo. Para él, esta música al final "está claro que anima". "Si no tuvieras el Aleluya ahí", confiesa, "no correrías más hasta los últimos 100 metros". Por eso, el año pasado se dirigió a Príncipe de Vergara, unas horas después de haber corrido, con un regalo bajo el brazo: un antiguo disco que se había comprado con sus ahorros cuando aún era un adolescente: El Mesías, de Händel.

Mañana se lo seguirán sacando para el alivio de otros corredores.

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