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La apatía invade a los salvadoreños en la segunda vuelta de las elecciones más decisivas de su historia

Pocos signos hacen pensar que El Salvador esté en vísperas de unas elecciones presidenciales. En las calles de San Salvador, la capital, apenas se ven carteles y raras veces se escuchan alusiones a la cuestión en las conversaciones cotidianas.Y ello a pesar de que este proceso electoral es el primero que se celebra en tiempos de paz y de que el Gobierno que salga de las urnas determinara el grado de cumplimiento de los acuerdos ratificados en enero de 1992 entre la guerrilla y el presidente Alfredo Cristiani. Numerosos flecos, como la desmovilización de los cuerpos policiales, el reparto de tierras entre los ex combatientes o la reforma del sistema judicial hacen que la normalización del país quede aún muy lejos.

Las razones de este desapego habría que buscarlas en dos motivos. De entrada, estos comicios vienen ya marcados por la primera vuelta electoral, celebrada el pasado 20 de marzo. A pesar de que ninguno de los candidatos obtuvo entonces la mayoría absoluta, los resultados fueron suficientemente indicativos. Calderón Sol se quedó por encima del 49%, a dos décimas de la presidencia, mientras que Rubén Zamora, su más directo competidor, no sobrepasó el 25%. Desterrados de la carrera electoral los demás candidatos, el voto se polarizará ahora necesariamente, y a la izquierda sólo le cabe el apoyo de ciertos sectores del Partido Demócrata Cristiano en medio de una constelación de grupos conservadores y evangelistas.

En segundo término, los problemas burocráticos, la mala organización y las numerosas irregularidades que salpicaron la primera vuelta -que, entre otras cosas, impidieron la acreditación de unas 74.000 personas y dejaron con la papeleta en la mano a cerca de 25.000 electores debidamente acreditados pesan como una losa para los votantes potenciales, poco proclives a pelearse con listados incorrectos, largas esperas e interventores mal preparados.

Por si eso fuera poco, las impugnaciones presentadas por el FMLN, que se considera el principal afectado por las anomalías, fueron rechazadas por el Tribunal Supremo Electoral con tanta celeridad que la propia misión de Naciones Unidas en El Salvador (Onusal), supervisora de todo el proceso, no ha evitado mostrar su malestar.

A pesar de todo, la primera vuelta definió la composición de la Asamblea Legislativa, en la que Arena consiguió 39 de los 84 escaños, seguido del FMLN, con 21 diputados. Así, el triunfo prácticamente seguro de Calderón tendrá como contrapeso a un FMLN legalizado como partido político hace poco más de un ano y convertido ahora en la segunda fuerza política del país.

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