Linchamiento
Había hablado Mariano Rubio de linchamiento y no imaginaba el que le esperaba ni quién podía ser su principal linchador. Brillante, y aplastante la señora representante del PP, superadora de la difícil tesitura de actuar como acusadora provista de un solo ojo. Contundente y postobrero Paco Frutos, marcando la diferencia entre lo que ganan los profesionales programadores de despidos y lo que no ganan los parados... Pero la una y el otro se esforzaron en no comer carne humana, la blanquita y enflaquecida carne humana de Mariano Rubio. El financiero recordaba a ese boxeador que se abraza a quien le pega, víctima de un síndrome de Estocolmo de cuadrilátero.Pero luego llegó el amigo socialista y le dijo: "Mírame, Mariano. ¿Me conoces, verdad? No me quites ojo, que te lo voy a dejar a la funerala". El señor Hernández Moltó recordaba a una de esas protagonistas del teatro del adulterio supuestamente deshonrada que se lanza sobre el causante de su deshonra con la navaja por delante, para demostrar que sólo la fuerza o la mala fe consiguieron violar su respetabilidad. El señor Hernández Moltó le clavaba uno y otro par de banderillas de castigo al flaco y blanquito novillo, más que toro, no por sadismo, sino porque era la única posibilidad de que el público olvidara otras piezas importantes de la corrida: Solchaga y Felipe González. Las banderillas de castigo o la pica son el mejor tercio de quites.
Durante toda la noche no me pude quitar de la cabeza el rostro de Mariano Rubio, diríase que achicado por un jíbaro. "¡Haga algo!", le pedía el linchador, y estaba claro que Rubio sólo podía hacer dos cosas: o echarse a llorar o pegarse un tiro. Empezó con toda la seriedad política necesaria, pero terminó como un reality show con navajas en las ligas.
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