Nicolás
Está claro que Dios ahoga pero no aprieta, y que no debemos apurarnos porque se haya ido Nicolás Redondo -mucha lágrima de cocodrilo corriendo bajo el puente de plata-, ya que ahorita mismo llega Murphy Brown, embarazada por más señas. Cuando escribo esto, en Nueva Yórk -aunque perfectamente informada de la realidad patria, como ven-, el show de la periodista que interpreta Candice Bergen lo dan por dos cadenas: en una aparece con el bombo y en la otra no, y estoy hecha un lío, porque no sé si en la última ha parido ya y se ha deshecho del bebé, pongamos en el caso de que el niño le haya, salido sindicalista fiel a sus principios.
Algunos hombres del género masculino dejan un vacío de narices cuando desaparecen de la vida pública. Un vacío físico, quiero decir. Nicolás es de ésos. La única vez que le entrevisté, en el pisillo con cuatro muebles que le servía de apeadero en Madrid, saqué la impresión de que es exactamente como le vemos: sencillo, de una pieza, con tres o cuatro ideas muy sólidas que son las que ha defendido siempre.
Ha sido muy propio de sus antiguos camaradas del PSOE tratar de sembrar respecto a él la imagen de un líder resentido por la falta de poder, de alguien "que ha cambiado respecto a nosotros", como me ha dicho más de uno, en más de una ocasión. Porque ellos no cambiaron.
Bien, don Nicolás, que le aproveche el retiro. Se va usted sabiendo cosas tremendas de la naturaleza humana, y a lo mejor eso le pone melancólico cuando contemple los atardeceres de su tierra.. Pero no está usted solo, y, desde luego, no está usted muerto.
Quien murió fue Isidoro, como sabe usted bien.
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