El Madrid continúa en un agujero negro
El equipo madridista, que pudo golear al Sporting, salió satisfecho con el empate
Dos equipos deprimidos produjeron un juego deprimente en Chamartín, escenario de un plebiscito de la hinchada contra la mayoría de sus jugadores. El empate ante el Sporting, que acababa de descalabrarse en San Mamés, abre más las heridas en un club sumido en el pesimismo. El actual cielo madridista se ha acabado, una consideración que comenzó con signos difusos hace cuatro años y ahora se ha convertido en una certeza clamorosa.La mala traza del partido venía anunciada desde lejos. El Sporting llegaba derrumbado, sacudido por un temporal de malos resultados. Estos equipos de formación lenta son muy sensibles a los bruscos cambios de humor del campeonato. En el momento de mayor euforia, los muchachos del Sporting jugaban con la frescura de los adolescentes y una insensatez maravillosa que les procuró resultados espectaculares frente a los cabezas de cartel de la Liga. El propio carácter del Sporting -un grupo de jugadores sin el hueso de la experiencia- ha resultado definitivo en su desplome. La saga de derrotas ha desvelado la otra cara del equipo, un conjunto blando e impresionable, con el miedo metido en el cuerpo, sólo sostenido por el flotador de puntos de la primera vuelta. Pero salió indemne del Bernabéu, crecido en el último cuarto de partido ante la desintegración madridista.
Los defectos del Madrid son de otro calibre. No le falta experiencia, ni jugadores de prestigio, ni el peso de la historia, ése que impresiona a los adversarios tímidos, como el Sporting. El problema del Madrid es su desgaste. Es un equipo desvitalizado, de juego envejecido, aturdido por la falta de títulos y de estabilidad. Un ciclo se ha cumplido y no cabe otro remedio que una renovación profunda, de estilo y de jugadores. El Madrid no puede estirar más la goma.
En este duelo de enfermos, no hubo fútbol, aunque cualquiera de los dos equipos tuvo la solución del partido en varias ocasiones. La inminencia del gol se hizo constante en la segunda parte, pero la facilidad para conquistar las dos áreas no estaba producida por la finura de ideas. Sucedió que el partido estaba roto, como era obligado por la condición de ambos conjuntos. Incluso el corte de las oportunidades tuvo un tono desmesurado: llegadas frente a los porteros, pelotazos a los postes, situaciones mayoritarias de delanteros frente a defensores. Todo esa grandilocuencia estaba empujada por la desorganización general. Y de la misma manera, el tamaño de los errores en esas situaciones fue monumental. Hubo una jugada que definió el clima del partido. Mediado el segundo tiempo, Prosinecki encuentra desorientada a toda la defensa del Sporting y entrega un pase profundo a Butragueño, que arranca desde la línea de tres cuartos. Nunca ha tenido Butragueño tanto tiempo para pensar la manera de clavar el gol. Tuvo plazo para tomarse un café con bollos, brindar a la Luna y dejar la pelota en la red. Lo que se vio fue impropio del buitre: avanza, se echa sobre el portero y dispara al muñeco. Era el síntoma de la confusión que invadía a todo el mundo en Chamartín.La ausencia de fútbol convirtió la noche en un intercambio de oportunidades. El Madrid contó media docena: dos tiros al palo, un remate muy duro de Michel que desvió Ramón, una especie de chilena de Butragueño que sacó un defensor en la línea, la famosa de Butragueño ante el portero y otra más del buitre con la pelota en el pie y la portería desnuda. Salió fuera.
El Sporting conquistó las suyas cuando se quitó, el susto de encima. El último cuarto de hora fue un festival de llegadas ante Buyo, que remedió a duras penas su asombroso error en el primer gol del Sporting. Ese tramo final fue demoledor para el Madrid, sometido a los contragolpes del Sporting y a su estado de desorientación, frente a un público enojado y descreído. Nadie confía en este Madrid. Un pesimismo de línea gruesa se ha adueñado de un club que mira con pánico al futuro.
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