Nazareno de centro y de arrabal
Rezos y llantos en el Madrid de los Austrias ante la imagen de Jesús el Pobre
Cuando los 36 costaleros iniciaron sus juegos malabares para que Nuestro Padre Jesús Nazareno el Pobre salvase la cabeza al salir por la puerta de su iglesia, la de San Pedro el Viejo, muchos ojos se llenaron de lágrimas al ver su larga melena lacia. En aquel rincón del Madrid añejo hubo vivas, aplausos, saetas, cámaras y concejales.Al Nazareno de Villaverde le recibió sólo el silencio y la puesta de sol ventosa del Jueves Santo en el barrio, algún niño de cara sucia encaramado a la tapia y mujeres con maquillajes tan chirriantes como las cadenas que arrastraba tanto pie descalzo.
El Cristo del arrabal no tuvo autoridades, ni palmas, ni cámaras de televisión. Sólo el himno nacional saludó a las dos fajadoras que arrastraban el paso clavando los pies desnudos en las piedras del atrio.
PASA A LA
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En Villaverde hay procesión sin concejales
Los hermanos de Villaverde sacan en procesión desde hace 28 años al Nazareno, a una virgen de la Soledad con cara de adolescente y al Cristo atado a la columna, que es el único paso que lleva costaleros. Entre ellos, una mujer, Teresa, que desde hace 15 años, sin faltar uno, soporta el peso de la talla rodeada de claveles. También su marido, Rufino, que es dependiente. Ahora se han mudado a Getafe, pero nunca fallan, desde aquel año en que Teresa hizo una promesa por su niño, que tenía problemas.
Fuera había ambiente de pueblo. Entre rostros arrugados por el sol y los años, un par de chupas negras y mucha juventud, a Virginia, una mujer menuda con el pelo teñido y grandes coloretes rosas, le cosían a preguntas sus dos niñas de ojos azules. "¿Porqué llevan cadenas, mamá?" "Porque han hecho una promesa". Las cadenas sujetas a los tobillos bajo el hábito morado abrían la boca a los críos. "¿Quién viene, mamá?" le preguntaban a Virginia. "La madre de Jesús". Y salía de la iglesia de San Andrés de Villaverde, junto a la pastelería El Bombón de Oro, Nuestra Señora de la Soledad, precedida de velas que comenzó a apagar el viento y custodiada por mujeres descalzas. Por toda autoridad, cerraba la procesión el párroco, aunque eso a Manuel de la Cruz, el tesorero de la cofradía, no le importe. Le gusta más que cada año haya más hermanos (casi 300) igual que pasa con la hermandad de Jesús El Pobre, la más antigua, que anda por los 400.
El pelo de Jesús
Ángela llegó, con todos sus años, a las cuatro de la tarde a esperar a que apareciese el Pobre *a las seis y media. Cuando habían salido los penitentes, con su ancho cinturón de cuerda y las espardeñas, el capataz levantó la voz: "¡Más despacito, miiiraa qué bonito!" y tras las túnicas moradas el Cristo vio su calle del Nuncio. La anciana rompió a llorar.
La gente rompió a aplaudir y Carmen se deshizo en lágrimas mientras apretaba fuerte la mano de su niña de ojos grises.
La larguísima melena del Pobre, despeinada por el viento había sido la suya, la de una dependienta de 29 años que sale en procesión desde niña. Y el pelo que antes tuvo la talla, también era suyo, su melena de niña a punto de comulgar por vez primera.
Ella, que vive en el barrio desde que nació, llora todos los años cuando sale ese Jesús del Pobre al que le dan vivas y le cantan una saeta antes de sacarle de procesión durante cinco horas a las espaldas de hombres como Ángel, un joyero de 43 años de la calle de Calatrava que no es practicante pero que todos los jueves de pasión se coloca los 30 kilos encima sólo por un motivo: "Quiero a Jesús, lo quiero".
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