Del martirio de Budiaf a la segunda batalla de Argel
La noble figura del presidente no impide al país caer en la guerra civil
Al interrumpir el proceso electoral, el poder cortó la comunicación con sus interlocutores reales y atizó el fuego de la violencia que se propaga de día en día. Pretendiendo dialogar y unificar sin tener en cuenta la voluntad popular entonces favorable a los islamistas, se enclaustró en una especie de autismo político que divide al país en dos: por un lado, la realidad de un partido mayoritario sin existencia legal; por otro, la ficción de una estructura jurídica carente de base creíble. El llamamiento a Budiaf era el único medio de preservar la legitimidad del legado histórico de la Revolución, un último intento de cubrir con un manto de honradez sin mácula tres decenios de incuria, corrupción, nepotismo.No obstante su presencia ennoblecedora y las esperanzas que suscitó su retorno entre los sectores de la población, hartos del FLN y amedrentados por el FIS, el Alto Comité de Estado que presidía Budiaf, nació manchado por su pecado de origen. Como escribió más tarde Abennur Alí Yahya, abogado del Tribunal Supremo de Argel y conocido defensor de los derechos humanos, "¿en virtud de qué derecho una minoría surgida del régimen y reforzada por otra minoría exigua de 'demócratas' eliminada por el sufragio universal, puede regentar el país e imponerse a la inmensa mayoría de argelinos?... La democracia no es la expresión de una minoría -que recuerda curiosamente a la de los europeos de Argelia-, propulsada a la escena mediática del poder, del que es la correa de transmisión y que pretende acaparar el espacio político a pesar de su despido contundente por el veredicto de las urnas" (Le Monde). ¿Presentía Budiaf el destino que le aguardaba cuando fue llamado a presidir el ACE después de 25 años de exilio en Marruecos? Su historial político -compuesto de años de lucha clandestina, cárceles francesas, breve paso por el GPRA residido por Ben Jeda, dimisión en agosto de 1962, encarcelamiento diez meses más tarde, etcétera- imponía una imagen de integridad, de hombre de principios comparable en cierto modo a la de un Mendés France en Francia. Una ojeada a sus declaraciones y advertencias a la clase política desde la proclamación de la independencia hasta su detención por Ben Bella prueban su singular lucidez y dones proféticos: "¿Quienes hablan inconsideradamente de reforma agraria, industrialización, partido único y de proyectos miríficos son unos demagogos e ignorantes... Hablar de socialismo exige enfrentarse a todo peligro de despotismo, a todo militarismo, a toda subversión o labor de zapa destinada a sembrar la confusión, desmovilizar a las masas y preparar el advenimiento de un régimen dictatorial". Durante su exilio, había seguido atentamente la evolución del partido único y denunciado de forma testimonial sus taras, había mostrado su perspicacia al condenar junto a los ex presidentes del GPRA Ferhat Abbás y Ben Jeda la política hegemonista de Bumedián tocante a la descolonización del Sáhara. Durante los años setenta tuve ocasión de conocerle en Rabat y admirar la fineza de sus análisis y una curiosidad intelectual notable: durante su estancia en la cárcel había aprendido el castellano y comentó conmigo pertinentemente varias novelas españolas clásicas y contemporáneas.
Budiaf acudía a salvar a Argelia del abismo en el que había caído; pero quienes lo traían en hombros lo hacían para salvar el sistema directamente responsable de la catástrofe. Había comenzado la guerra civil: dos bandos se enfrentaban -se enfrentan- en una lucha sin cuartel y él no pertenecía a ninguno de ellos. Desconocido para las nuevas generaciones nacidas o criadas después de la independencia, aparecía a ojos de muchos como un fantasma, un resucitado de otros tiempos. Muy pocos ponían en duda su buena voluntad y rectitud: su vida ejemplar daba testimonio de ello. Pero, ¿conocía de verdad el mundo despiadado en el que, como boca de lobo, se metía? Una historia objetiva y precisa de su efímera presidencia nos lo dirá un día. Sus primeros pasos en el cargo revelan la cautela e indecisión de alguien que tantea el terreno, las arenas movedizas en las que corre el riesgo de enviscarse. El recurso a una serie de asesores de origen beur procedentes de Francia prueba su desconfianza radical de la clase política argelina, el afán de sanear la administración y democratizar el Estado. Con todo, la tentativa de luchar a un tiempo contra el extremismo islamista y la mafia político-financiera estaba condenada al fracaso. Aunque Budiaf encarnaba el poder legal -de una legalidad, recordemos, dudosa en razón de su vicio de origen-, el poder real seguía siendo el Ejército. Su margen de maniobra era a todas luces estrecho y cuando algunos de sus padrinos vislumbraron en su propósito de moralizar la vida pública una amenaza directa a sus privilegios decidieron probablemente desembarazarse de él. ¿Quién estaba detrás del ejecutor, miembro de su escolta personal y supuesto islamista? La versión oficial de los hechos fue inmediatamente desmentida por la opinión pública: el magnicidio llevaba la huella de alguna facción del poder y sus temibles "servicios paralelos".
En un texto conmovedor "El día en el que murió el presidente Budiaf" (Mediterreneans, verano de 1993), su ex ministro Akram Belkaid apuntaba con elocuencia a los comanditarios del atentado: "¿Quién tendrá el valor de acusar un día a los verdaderos responsables, a los que confiscaron desde la independencia nuestra libertad recobrada nos impusieron a la fuerza un sistema educativo espúreo, los hábitos mentales degradados de un pueblo 'asistido'"?, El martirio de Budiaf es en todo caso una de las páginas más dolorosas de la historia reciente de Argelia: el gesto simbólico de Hasiba Bulmerka -la velocista ganadora de una medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona- de dedicarle su victoria constituye el reconocimiento póstumo a su figura por parte de una juventud que no le conoció pero sí adivinó el alcance de su sacrificio.
El asesinato del presidente del Alto Comité de Estado y su sustitución por Alí Kafí no modifican los elementos esenciales de la ecuación política. Si va a decir verdad, los agrava: el nombramiento de Belaid Abdeslam, cabeza visible de la oligarquía político-financiera del FLN, al frente del Gobierno y del general Jalid Nezar, partidario de la guerra sin cuartel a los islamistas, en el Ministerio de Defensa se llevan a cabo en un clima de crisis social y política agudas. La indispensable moralización de la vida pública y el
Argelia, en el vendaval
saneamiento de una economía exangë -prioridades de Mohamed Budiaf- son postergados en favor de la lucha contra el terrorismo. La condena a doce años de cárcel de Abasi Madani y Alí Belhach no sólo priva al poder de la posibilidad de discutir con ellos: provoca una mayor radicalización del FIS y una inquietante fragmentación de sus bases. La detención masiva de millares de miembros y simpatizantes del movimiento islamista, a veces simples manifestantes, y su internamiento en centros de detención del Sáhara, disparan al terrorismo urbano y la guerrilla rural. Las acciones armadas -iniciadas en otoño de 1991- se multiplican vertiginosamente: sabotajes, atentados, emboscadas, incendios, "ejecución" de militares y policías. El Movimiento Islámico Armado (MIA), sucesor de su homónimo afgano creado por los míticos hermanos Buyali en la época de Chadli Benyedid, reaparece bajo la dirección de sus lugartenientes Chebuti y Meliani. A pesar de las divergencias existentes entre los, líderes salafistas presos o en el exilio y la nueva cúpula argelianista, organizadora de la campaña electoral de diciembre de 1991, unos y otros coinciden en su apoyo al "brazo militar" del FIS. No obstante, la descentralización del movimiento, originada a la vez por sus disensiones intemas y las condiciones de la lucha clandestina, lo convierte pronto en un conglomerado de bandas divididas en compartimentos estancos. Su armamento, paulatinamente mejor y más abundante, no proviene de Sudán o Irán, como sostienen los medios oficiales. Los combatientes islamistas se lo procuran en el asalto de comisarías, cuarteles y depósitos de munición, con la confiscación de las escopetas y fusiles de los muyahidin, campesinos y montañeses. Las deserciones individuales o colectivas -como las de los cadetes de la escuela militar de Cherchell- engrosan regularmente su hueste y arsenal. Mientras el maquis se extiende a la totalidad del país con la excepción del Sáhara, los reiterados atracos a sucursales bancanas y oficinas de correos alimentan los recursos del movimiento y le permiten mejorar su infraestructura. A través de las informaciones que filtra la prensa y el "teléfono árabe", los argelinos descubren estupefactos que su país está en guerra.La creciente libanización de la situación argelina repite con ligeras variaciones sinfónicas la misma partitura de la lucha contra el poder colonial. A la presunta "moderación" del MIA, que ejecuta "sólo" a los representantes del "poder impío" y sus cómplices, un nuevo movimiento, los Grupos Islámicos Armados (GIA), oponen un yihad extremo, cuyas víctimas predilectas serán los periodistas, escritores, poetas, feministas e intelectuales. Encabezados sucesivamente por Moh Leveilley (eliminado por las fuerzas de seguridad), Abdelkader Layada (detenido a su paso por Marruecos y entregado a las autoridades de Argel), Yaafar "Seifallah" el Afghani (muerto en un reciente enfrentamiento con la policía en uno de los barrios de la capital) y, según los últimos informes, por Sayá Attía, los GIA se "ilustrarán" enseguida por su ultimátum a los extranjeros, conminados a abandonar Argelia en noviembre de 1993, y el subsiguiente asesinato de 32 de ellos, de imanes islamistas moderados y mujeres sin hyab. La extensión de lo haram (prohibido) todas las esferas de la vida social y privada servirá de pretexto a estos enderezadores de entuertos para infringir las normas más elementales de tolerancia, respeto a las mujeres y convivencia con los dhimmis o ciudadanos de las otras religiones monoteístas propias del islam. La delcuescencia cívica y moral en la que se halla Argelia entra en una nueva y más sangrienta espiral. Las luchas fraticidas entre el MIA y los GIA ocasionan a su vez docenas de bajas: mientras los últimos reivindican la "depuración" de 70 miembros del primero, la responsabilidad de la muerte de siete terroristas, cuyos cadáveres fueron descubiertos durante mi estancia en Argel, será imputada por algunas fuentes a sus querellas intestinas y por otras a su liquidación clandestina por escuadras parapoliciales.
Acosados por la propagación de los grupos armados y su ofensiva en todos los ámbitos de la sociedad, Alí Kafl y el general Nezar acentúan la represión a expensas del diálogo: en lugar de la vieja y eficaz estrategia de divide y vencerás -de ahondar las divergencias existentes entre el ala política y la militar del FIS-, parecen empeñados en aglutinar a todos sus enemigos. La creencia oficial, compartida con muchos demócratas, de que los islamistas se han aislado del pueblo y bastará con reducir sus bastiones para restablecer el orden republicano no tiene en cuenta el hecho de que en un conflicto como el argelino el poder del más fuerte es sólo aparente porque la fuerza material no puede nada contra un fantasma: el ideal mesiánico y justiciero de las bases del FIS. Tras la liberación de los tres rehenes franceses en manos de los GIA, gigantescas operaciones de limpieza barren por turno los barrios populares de la capital. Belcourt, Bab el Ued, la Kasba, Kuba, El Harrach, son cercados de noche por los tanques, agentes encapuchados en uniforme de camuflaje y con fusiles de asalto alinean a los sospechosos con las manos en la cabeza en los aledaños de la llamada mezquita de Kabul, irrumpen en las viviendas de los veteranos de la guerra de Afganistán, operan centenares de detenciones. A lo largo del otoño, los ninjas, protegidos por un impresionante dispositivo de helicópteros y blindados, escudriñan uno a uno los barrios de Tagarinos, Eucaliptus, Baraki, Climat de France, penetran en los escondrijos de los terroristas, se adueñan de documentos y folletos clandestinos, apriscan a presuntos subversivos antes de embarcarlos en sus vehículos a las comisarías y centros militares. La televisión y algunos órganos informativos hablan torpemente de "operaciones de limpieza", "medidas de pacificación", "saneamiento de las condiciones de seguridad" contra "malhechores", "proxenetas" y "elementos asociales". Como señalan los testigos de estas operaciones, su parecido con las de la guerra de la independencia y los comunicados oficiales, es sobrecogedor. El país asiste en retrospección a escenas de hace treinta y pico de años, cuando los hombres de Massu y Bigeard rastrillaban "con peine fino" la Kasba en busca de terroristas e incontrolados. Por una cruel ironía de la historia, la táctica de la lucha urbana de los islamistas sigue paso a paso la del FLN en sus tiempos heroicos. Un vídeo compuesto por miembros del FIS reproduce al parecer secuencias elocuentes de estos rastreos. Su título no puede sorprendernos: es, simplemente, La segunda batalla de Argel.
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