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El Gobierno francés, dispuesto a ceder ante la protesta de los jóvenes

Enric González

El Gobierno francés no parece dispuesto a quemar su aún elevada popularidad en una batalla abierta contra la juventud. Tras el éxito clamoroso de las manifestaciones del viernes, a las que se sumaron más de 250.000 jóvenes en todo el país y a cuyo término se produjeron múltiples incidentes violentos, el primer ministro Edouard Balladur pensaba ayer en cómo claudicar sin perder su autoridad. Criticado desde algunos sectores de su propia mayoría, y desbordado por la movilización juvenil, Balladur estudiaba la suspensión temporal del Contrato de Inserción Profesional (CIP), la medida salarialmente discriminatoria que simboliza el malestar estudiantil.

Balladur podría aprovechar la creación de una comisión de estudio sobre el CIP para suspenderlo temporalmente, según publica en su edición de hoy el diario parisino Le Monde. Esa sería una retirada en toda regla, pero el coste político de tirar la toalla ante los jóvenes resultaría, probablemente, más tolerable que el de mantener abierto el enfrentamiento de forma indefinida.La irritación juvenil no ha dejado de crecer en las últimas tres semanas, y todo hace pensar que las próximas grandes manifestaciones, convocadas para el jueves 31 en París y otras ciudades, pueden ser aún más espectaculares que las de anteayer. Balladur quiere ser presidente tras las elecciones del año próximo, y no le convienen en absoluto las escenas que, cada noche, emiten los informativos: decenas de miles de jóvenes airados, gritando y, en ocasiones, enfrentándose a la policía, Las batallas campales son un casi inevitable efecto secundario de una protesta espontánea y efervescente como la que protagoniza la juventud francesa, y tanto la clase política como la opinión pública empiezan a inquietarse ante la situación.

Policías provocadores

Los estudiantes repiten que su protesta es pacífica y, en efecto, lo es en la inmensa mayoría de los casos. Pero tras cada manifestación hay pedradas, gases lacrimógenos y heridos. Y aunque parece claro que algunos grupos de jóvenes se escudan en la multitud para saquear y destrozar, las fuerzas antidisturbios no están siendo del todo ajenas a los actos de violencia. Varias organizaciones humanitarias, como SOS Racismo y la Liga de los Derechos Humanos, denunciaron ayer la actitud provocadora de determinados policías, generalmente de paisano, al término de la manifestación del viernes en París.Grupos de jóvenes que hacían sentadas pacíficas fueron aporreados y gaseados, mientras, según las citadas organizaciones y distintos testigos presenciales, agentes infiltrados entre los manifestantes llevaban su celo profesional hasta el punto de colaborar en la rotura de escaparates y cabinas telefónicas.

La policía, en cualquier caso, no queda en buen lugar. Los ingentes despliegues del viernes, con 3.300 policías en torno a una sola manifestación, la de París, no impidieron la violencia. El ministro del interior, el ultraconservador Charles Pasqua, felicitó ayer a sus hombres por haber "protegido a los manifestantes de los provocadores" y aseguró que el Gobierno castigaría "sin vacilación" a quienes aprovecharan estas manifestaciones "para atentar contra la seguridad de otros". En la retina del público lo que queda son imágenes como lo ocurrido durante la noche del viernes al sábado en Nantes: barricadas, coches destrozados, pedradas y gases lacrimógenos, un inmueble incendiado y más de 100 heridos.

El CIP se ha convertido en válvula de escape de muchas frustraciones juveniles. La rabia de los suburbios pobres, el malestar de los inmigrantes y la frustración de quienes se ven marginados de por vida asoman en cada barricada.

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