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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Placidez engañosa

ALGUIEN DIJO que en Francia ha habido dos grandes mentirosos: De Gaulle, que convenció a sus ciudadanos de que todos habían sido de la resistencia, y Mitterrand, que les hizo creer que estaban en un país de izquierdas. El juicio a Touvier ha destrozado lo primero, y la victoria apabullante de Balladur, de eso hará casi un año, parece haber desmentido lo segundo. La celebración de las elecciones cantonales el domingo no han supuesto ninguna modificación severa del actual mapa político francés. Aunque se trate de un voto muy doméstico -donde tanto juega la opción ideológica como el incomprensible encanto de algún cacique local-, el resultado no corrige la situación general. Todos tan contentos. Los socialistas están satisfechos porque no sufrieron el mismo revolcón de las generales; la derecha, igualmente contenta, porque revalida su supremacía; Le Pen, porque no perdió ninguna maleta en ese viaje electoral, y el nuevo líder de los comunistas, porque rescató dos de los puntos perdidos por Marchais.Y entre los más satisfechos debe estar el propio Balladur, cuyo mandato está adornado estos últimos meses por varias y radicales revueltas callejeras. Apaciguó, tras corregir el tiro, a quienes veían peligrar la escuela pública, pero tiene sublevados a los estudiantes y a los jóvenes en general. ¿Dónde está el espejismo? ¿En el 60% de la ciudadanía que vota sin ánimo de castigo o en el malestar de la calle? Ambas situaciones son auténticas, y el problema reside en su propia coexistencia. Papá vota a sus preferidos, y su hijo, en muchos casos todavía sin edad de ser elector, manifiesta un desasosiego difícil de atemperar.

El malestar callejero no admite comparaciones con el 68, pero se cultiva en una trágica falta de horizontes. Muchos universitarios fueron orientados hacia las carreras técnicas en la convicción de que ahí estaba el futuro pan de cada día. Ahora, el sobrante de informáticos y titulados asimilables genera una doble frustración: la de no haber estudiado lo que se quería y la de que esta renuncia no ha tenido compensación en el mercado laboral. Además, el Gobierno ha introducido un recorte en el salario juvenil que penaliza al colectivo que precisamente debería incorporarse al mundo de papá con alguna de las felicidades prometidas. Una situación complicada que debería hacer reflexionar a la clase gobernante, aunque haya tenido unas cantonales tan plácidas.

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