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Tribuna
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Puentes

Las tecnologías modernas son herramientas de soledad: el automóvil individual, que en nuestro mundo rara vez transporta pasajeros, es un instrumento de agresividad en la marea aulladora del tráfico urbano. El carrito el supermercado, en el que se deposita la compra sin encontrarse con nadie con quien hablar. La televisión, que vacía los cines y que tiene ya tantos programas que en las familias hay un aparato por generación. El minicasete, que transforma a nuestros menores en sonámbulos aislados del mundo. Y la única herramienta contra la soledad es la televisión misma, un artificio para burlar el aburrimiento, si no un artificio para burlar la desesperación. Somos todos autistas más enfermos por nuestras relaciones que por nosotros mismos. Encuentros, no amistades, cierta dificultad para comunicar entre madre e hija, padre e hijo. Somos los átomos inconexos de Lucrecio que siguen sus trayectos paralelos. Mirémonos: tenemos el aspecto triste de la víspera de una gran ruptura que no sabemos ni prever ni conjurar. Y, sin embargo, nos abruma.Las afirmaciones de identidad, tan ricas en promesas, se convierten en enfrentamientos a fuerza de no ser queridas ni sentidas como contribuciones al humanismo. El Estado-nación, expresión sin duda necesaria en determinado momento de la historia, se cuestiona hoy porque en la mayoría de los casos fue el Estado el que creó la nación, y no a la inversa, y dicha nación era todo menos homogénea. Así nace y se desarrolla peligrosamente la reivindicación de Naciones-estado, demasiado violentas para ser sometidas, demasiado débiles para existir, demasiado originales par a ser asimiladas, que corren el riesgo de desaparecer en el desorden heroico de un combate asesino. Las naciones mismas son autistas, introvertidas, y al no poder construirse a escala mundial, se verán, lamentable, nostálgicamente, arrastradas por el flujo de los grandes medios de comunicación y de los mercados mundiales.

Las religiones monoteístas se alzan las unas contra las otras. Adoran al mismo Dios, puesto que es único. Rara vez debaten; su retórica, cuando se ejerce, no versa sobre la esencia ni sobre la cosmología ni sobre la ética, sino sobre las palabras y las prácticas; menos sobre la revelación que sobre sus interpretaciones. Como si el auténtico debate fuera técnico y político en lugar de religioso. Y la guerra está ahí. Se desarrolla aquí, amenaza en todas partes. El pueblo de Dios no es el pueblo de Dios, es el de los clérigos.

¿No ha llegado la hora de que los creyentes aborden juntos el debate entre la lógica de lo finito y la de lo trascendente? ¿No ven que el hombre desnudo está buscando sentido? Poco importa que los caminos sean diferentes si la estrella está en lo alto. ¿No confirman que lo esenc¡al está en la superación porque el sentido está en el esfuerzo, tanto en la búsqueda como en la estrella?

El Norte y el Sur, el centro y la periferia, buscan un diálogo imposible de encontrar. El primero ignora que, al estar basado en el consumo, su crecimiento se agota si no hay millones de elegidos humanos que constituyan una clientela solvente. El segundo cree que su futuro estará en lo que coja o reciba, no en lo que él mismo haga, siempre y cuando se le permita. Necesita que el crecimiento del Norte tire de la economía mundial y, sin embargo, cree que le es hostil. ¿Cuándo se entablará un diálogo entre el Norte y el Sur, entre socios, para velar por el desarrollo armonioso de un mundo amenazado de muerte por las exclusiones que consiente, por las que fábrica?

El arte que más necesita ahora una humanidad desamparada, tentada también por los entusiasmos primarios y agresivos, es el arte de la mediación, el del intercambio, el de la gestión positiva de la diversidad, el de la verdadera comunicación de la curiosidad y, por consiguiente, el del descubrimiento maravillado del otro.

Pero, para que nuestras soledades y nuestras hostilidades terminen, descubramos una labor común que llevar a cabo juntos por el camino de un Mediterráneo apaciguado en un mundo en construcción, por el puente de nuestras diferencias aceptadas y superadas.

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