Contradicciones electorales
No hay pasión en Italia ante las elecciones, aunque sí nerviosismo y miedo. Y se han servido de Almodóvar para bautizar el clima que se está viviendo: "Al borde de un ataque de nervios". Aunque eso es más en la prensa y en la televisión. En la calle la gente habla de las urnas sólo si le preguntan. Y lo hace sin mirarte a los ojos, bajando la cabeza. O te responde a la gallega: "¿Y usted qué votaría?".Y es que conforme se acercan las elecciones crecen las contradicciones. El polo progresista de la izquierda, que hace sólo unas semanas aparecía como vencedor, actúa ya como si hubiese perdido, aunque podría acabar ganando. Sus militantes sospechan que, en el fondo, no quieren ganar y que preferirían volver a un Gobierno de centro izquierda con la vieja ex Democracia Cristiana. Y hay quien saca de la tumba a Enrico Berlinguer para recordar cuando decía que Italia no se puede gobernar con el 51%. Y hay quien no olvida aquella cáustica viñeta humorística del 75 en la que aparece el líder comunista en una competición deportiva diciendo: "Lo importante es no vencer".
Por el contrario, la derecha de Silvio Berlusconi, Umberto Bossi y Gianfranco Fini se presenta como vencedora, aunque podría perder, a pesar de lo que dicen los sondeos. Pero se les ve las ganas locas de ganar. No tienen miedo ni complejos. Y están convencidos de la necesidad de una II República, que ellos querrían presidencialista.
La izquierda, aunque también habla de fin de régimen y del paso a la II República, en el fondo, ni la quiere ni la espera. Muchos de sus líderes confiesan que lo mejor es que no gane ninguno de los dos polos para poder formar un Gobierno de coalición "como siempre". Berlusconi sí ha dicho que si no gana nadie hay que volver a votar, tras haber reformado la recién aprobada ley electoral, un texto de complejidad que vulve loco, fruto de los mil compromisos del viejo régimen que no la quería.
Una ley que tenía que haber sido sólo mayoritaria para permitir, después de 50 años, que dos fuerzas se alternasen en el poder, como en la mayoría de Europa, acabó con una cuota proporcional del 25% y con un castigo a los partidos que en la votación uninominal obtengan más sufragios, para favorecer así a los pequeños partidos.
No hay ni doble turno, como hubiese sido normal, ni ninguno de los tres grupos, izquierda, derecha y centro, presentan un candidato claro que aspire a la presidencia del Gobierno. La izquierda llega al colmo de presentar a uno que no es de los suyos y que, además, es del viejo régimen: al ex premier Carlo Azeglio Ciampi, ex gobernador de la Banca de Italia. Las bases se preguntan si no es una vergüenza que un polo progresista, formado por ocho fuerzas distintas, no tenga un solo líder para aspirar a la jefatura del Gobierno.
La última gran contradicción de estos comicios es que la fuerzas que se presentan coligadas no combaten con las alianzas rivales sino que disputan agriamente dentro de su propio frente.
¿Y los simples electores? Están desconcertados. Muchos dicen que no van a votar. Los que votan a la izquierda temen que la derecha recorte las libertades, y en realidad votarán contra Berlusconi. Y los que votarán a la derecha quieren cambiar a toda costa a la vieja clase dirigente. No saben qué va a pasar si gana Berlusconi, pero quieren un Parlamento con gente completamente nueva, que se estrene en política. No pueden más con el pasado y se avergüenzan de él. Los que votan al centro -la mayor parte, gente con más de 50 años- es porque piensan que, para bien o para mal, la Democracia Cristiana dejó vivir y hasta "robar" en paz. Y quieren seguir así.
Y todos están convencidos de que pronto volverán a votar, porque estas elecciones son sólo el aperitivo del
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