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Entrevista:

"En Lavapiés hay mucho caco suelto"

Desde Embajadores hasta la antigua Judería de la calle de la Fe, pasando por la del Sombrerete, muchísima gente de Lavapiés conoce a Angelita, la quiosquera de la plaza. Lleva casi 70 años de testigo muda de lo que se cuece en el barrio. Nació en él, jugó en su centro hasta los cinco años, en que empezó a ayudar a su madre a vender periódicos, hasta que heredó la profesión de sus padres. Desde entonces es un personaje entrañable para los vecinos y una vigía de excepción a la que respetan por igual consumidores de heroína, pequeños traficantes y otros personajes habituales. Es una mujer coqueta, siempre con sus labios rojo-carmín, que no quiere jubilarse pese a su edad -"soy una luchadora"- y que empieza a perder el buen humor por el deterioro que sufre el barrio y por la enfermedad en sus piernas cansadas. Su jornada laboral habitual dura unas 14 horas, de las que más de la mitad permanece de pie. Insiste en todo momento: "No tengo edad, no me preguntes".Pregunta. ¿Por qué trabaja a la intemperie, fuera del quiosco?

Respuesta. Mira, no lo estrené nunca, me encuentro más cómoda cara al público, no me gusta estar encerrada en una jaula. Soporto el frío: cafelito por la mañana, cañas para el aperitivo y comida caliente. Por las tardes me siento un ratito.

P. Pero usted ha tenido problemas.

R. Me han robado mucho, muchísimas veces, a traición, pero no a punta de navaja. Me quitan el dinero y los paquetes de periódicos para revenderlos a la voluntad en puntos donde no hay quioscos. Por aquí circula mucho caco pobretón que se ha aprovechado de mí.

P. ¿Y los yonquis y los camellos?

R. No... No tengo problemas ahora. Con los camellos tampoco; los veo y los respeto, tienen su profesión. Los que me roban son otros.

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P. ¿Quiénes?

R. Los delincuentes, que no dejan de existir. Algunos roban, hay atracos en los comercios, aquí lo sabemos todos. Creo que a Lavapiés ha venido la escoria.

P. Ahora circulan durante el día varias parejas de policías.

R. El barrio lo pidió y protestó mucho, se nota, estoy más protegida; estábamos muy abandonados. Ahora los camellos se esconden cuando los ven y se van a otro barrio.

P. ¿Qué otros peligros ve usted en la plaza?

R. ¡Quiero que jubilen a las palomas! Me dañan la marquesina, y las cacas de los perros. Los amos tienen la culpa, les traen a la plaza para que los demás aguantemos su falta de civismo. Y, por supuesto, la suciedad: la plaza está muy sucia. Son los vecinos los que manchan las calles, no tiran las bolsas de basura en los cubos, yo los veo, aquí desde mi parcela.

P. ¿Lavapiés ha cambiado?

R. ¡Ha cambiado tanto!, perdió el sex appeal, el tipismo, lo castizo, aquellos bailes y fiestas de antes; queda algo de nuestra plaza, pero muy escondido.

P. ¿Usted es castiza?

R. Claro; soy madrileña, y además del Real Madrid.

P. ¿No piensa jubilarse?

R. No, a los vendedores de prensa no nos obligan, quiero trabajar hasta los 100 años.

P. ¿Quién le compra más periódicos?

R. La juventud compra ahora más que antes, y también las mujeres. Cada vez leen más.

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