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Un nuevo Berlín en Mostar

Miguel Ángel Villena

Las verdes y antaño limpias aguas del río Neretva han bajado manchadas de sangre desde la primavera pasada. La bellísima capital de la Herzegovina contaba con siete puentes para cruzar el Neretva antes de la guerra, incluida una magnífica construcción otomana de mediados del siglo XVI, convertida en símbolo de la ciudad. Ahora no queda ninguno en pie como una trágica metáfora de la lógica militar.Las bombas han destruido todos los puentes y el odio ha borrado con fuego el significado de Mostar y de sus habitantes, los mostari o cuidadores de puentes. No obstante, croatas y musulmanes han comenzado en los últimos días a entregar su armamento pesado y una frágil tregua se abre paso al compás del proyecto de federación de estas dos comunidades en Bosnia. Pero el previsto plan de una administración de la Unión Europea para Mostar encontrará serios problemas para reunificar la ciudad más destruida de Bosnia-Herzegovina. El inminente nombramiento de un funcionario alemán como futuro administrador de Mostar quizá hace presagiar que nos encontramos ante el diseño de un nuevo Berlín. En esta ocasion no será necesario levantar un muro porque el estrecho desfiladero por el que discurre el Neretva, que divide los dos sectores, ha abierto ya un abismo de barbarie.

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Indefinición europea

Cuando los vientos de paz comienzan a soplar y la Unión Europea ya piensa en la reconstrucción, los croatas se niegan rotundamente a que Mostar vuelva a ser una ciudad multicultural, abierta y tolerante. Aventajados imitadores de los serbios, los croatas han aprovechado la indefinición de los europeos y la inhibición de los norteamericanos para imponer poco a poco sus tesis. De este modo, los croatas quieren mantener a cualquier precio Mostar, o mejor dicho, el sector occidental y moderno que controlan, como capital de su autoproclamada república de Herzeg-Bosna. Los musulmanes siguen apostando por aquella ciudad que al igual que Sarajevo sirvió como ejemplo de convivencia entre comunidades desde la II Guerra Mundial, cuando uno de cada 10 habitantes sucumbió en el conflicto. Es muy probable que las arrasadas callejas del casco antiguo sirvan para recluir a los musulmanes en un gueto, que tendrá las bendiciones de la diplomacia europea.

A la espeluznante vista de una capital de más de 100.000 habitantes, donde el 80% de las infraestructuras ha sido destruido y no queda piedra sobre piedra; donde los habitantes del sector musulmán viven como auténticos topos en medio de un insoportable olor a basura y pólvora, resulta imposible imaginar la Mostar de antes del conflicto. Destino turístico de miles de viajeros que pasaban sus vacaciones en la costa croata, la capital de Herzegovina albergaba universidades, parques, mezquitas, edificios austrohúngaros y cafetínes turcos. Imágenes de un pasado que no volverá. En el mejor de los casos los occidentales administrarán un nuevo Berlín.

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