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XXXIII CONGREO PSOE: GALERÍA SOCIALISTA

El vasco más gallego

Tiene fama de buena persona, y hasta él mismo admite que lo es, sin sonrojo, y hay en su partido quien no puede dejar de definirle, con sorna, como un san Estanislao de Kostka; aunque de un tiempo a esta parte, a raíz de su intenso entendimiento político con Mario Onaindía, a Ramón Jáuregui, secretario general del PSE-EE y candidato a lehendakari en las próximas elecciones autonómicas de Euskadi, se le conoce también como Cinco horas con Mario.Experimenta un rechazo prácticamente biológico a la confrontación, y eso, en el País Vasco, donde los ciudadanos sienten la permanente tentación de enfrentarse por todo lo que pasa -la lengua, el nacionalismo, la violencia-, le convierte en una figura política más que necesaria. Aunque tanto afán conciliador puede ser también ambivalencia, o falta de energía, como le reprochan quienes le acusan de haber avalado el pacto PNV-HB, cediendo al sangriento chantaje de ETA respecto al trazado de la autovía de Leizarán, lo que supuso un trago muy amargo para los demócratas vascos. Sin embargo, puede ser implacable -tiene arranques de genio típicos de personas tímidas-, como demostró cuando se deshizo de Ricardo García Damborenea.

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A sus 45 años puede parecer demasiado serio, demasiado solemne, con esa gravedad románica en el rostro de quien apenas ha disfrutado de su niñez y de su juventud y teme que, de someterse a un despeinao, nunca más podría volver a meter el alma en sus casillas. Parece que haya sido siempre un adulto o que siempre haya ido vestido de persona mayor. En general, carece de sentido del humor, aunque cuando sonríe, raramente, parece añorar no haber sido un poco más golfo -"yo no viví la juventud, yo no he vivido nada"-, pierde solemnidad y resulta casi cálido. Sonriendo, dice: "Los guipuzcoanos somos como los gallegos. Lo que tengo es una especie de aversión al conflicto y por eso soy tan pastelero. Es un defecto y una virtud, porque trato de ponerme en el papel del adversario, y por eso no soy un buen negociador. Quizás me falta más capacidad para dar un puñetazo en la mesa de vez en cuando, pero creo que nadie puede negar que mando mucho. Pero porque me lo gano, trabajando 14 horas todos los días, atendiendo a todoel mundo".

Ha trabajado siempre. Fue la suya una infancia dura y ejemplar, que aún le trae recuerdos dickensianos: se ve, moliendo el café y prendiendo el fogón con virutas y periódicos, en el amanecer, antes de dirigirse a su puesto de aprendiz en la fundición de Luzuriaga, en Pasajes, en donde su padre era portero. Nacido en 1948 en San Sebastián, en Herrera, barrio tradicional de proletariado local, siendo un chaval se quedó huérfano de madre, y su hermana mayor, Avelina, se hizo cargo de los otros nueve vástagos, pero sobre todo de Ramón, al que le lleva 20 años. De chico era muy tímido y patinaba un poco al hablar, y era laborioso y tesonero. Salía de trabajar en la fundición y se iba a la escuela nocturna a estudiar peritaje, y luego se quedaba hasta las tantas haciendo deberes. Estudiando a horas consiguió también sacar adelante la carrera de Derecho.

Txiki Benegas y Enrique Múgica, recuerda, "me dieron la oportunidad de trabajar como abogado laboralista y luego en la UGT. Todo lo gané como lo he ganado, trabajando, pero el comienzo se lo debo a ellos". Aunque ahora mantiene la distancia política, conserva la gratitud. Su entrada en el partido le produjo el alejamiento de los amigos de su cuadrilla, nacionalistas radicales, entre los que se encontraba KoIdo Aulestia, hermano de Kepa: "Fue una de las cosas que más me marcaron, su excomunión. En el fondo, todos somos hijos de nuestros padres, y yo era hijo de unos navarros rojitos. En mi casa, por la noche, se hablaba de Rusia. Sobre todo mi hermana Irma, que la tenía mitificada a través de las charlas del padre". Años más tarde, siendo delegado del Gobierno en Euskadi, invitó a sus ex compañeros de cuadrilla a comer al txoko del palacete oficial, y algunos no quisieron ir, aun apreciándole, para no poner los pies allí. También visitó Moscú, y al volver le dijo a su hermana: "Convéncete de que aquello es un desastre". Pero ella no le quería escuchar.

Se hizo abogado laboralista, según él, por cobardía y compromiso. "Porque en el 68, cuando tenía 20 años, no se podía vivir si no te comprometías con la libertad y la autonomía, pero yo tenía miedo a la cárcel, a la militancia pura, y quise ser como Miguel Castells y Juan María Bandrés, que defendían a los suyos pero no iban a prisión. De ahí viene una vida de sacrificio enorme, que lo digo con mucho orgullo". Orgulloso sí lo es, casi soberbio -como muchos autodidactos-, y cuando se le indica que muchos le reprochan ser un hombre más de qué que de cómo, lo niega rotundamente: "Quien dice eso posiblemente lo ha recogido de una observación autocrítica que he podido hacer yo mismo". Se define como una persona "muy sensible, y esto no es malo para lo que hago, aunque sí lo es para mí".

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Lleva mal, sufriendo, los escándalos del PSOE, pero solamente tiene una crítica que hacerle a su partido: el no haber hecho, según él, pedagogía. "Hemos hecho más socialismo que nadie, pero no lo decíamos. Hemos aumentado la presión fiscal más que ningún país en Europa, hemos distribuido; pero al mismo tiempo estábamos haciendo un discurso intencionadamente liberal, estimulante hacia los capitales y el propio enriquecimiento". Asegura que será feliz el día que no sufra al leer el periódico, y se embarca en una diatriba contra la insolidaridad, el racismo. Sorprendentemente, está a favor de la ley de Extranjería.

Sus mejores épocas en cuanto a felicidad personal fueron los años como abogado laboralista en Éibar, cuando la gente hacía colas enormes con sus problemas a cuestas, "y yo era un abogado bastante bueno y, sobre todo, muy simpático, que trataba bien a la gente y era cariñoso con ella". También le gustó ser alcalde de Donostia, en la predemocracia, durante seis meses. "El ayuntamiento toca mucho, y el puesto de alcalde es para los mejores". Una de las conciliaciones que Ramón Jáuregui logró en aquella tarea fue que nadie se ofendiera cuando se cambiaron los nombres a las calles tras el franquismo.

Ahora aspira a ser lehendakari porque quiero hacer el país de otra manera, quiero una oportunidad para demostrar que a este país se le puede gobernar mejor que siendo sólo nacionalista". Para definir su postura actual ha acuñado un término, posnacionalismo, que no se sabe muy bien qué es, pero en lo que posiblemente está de acuerdo con su número dos, Mario Onaindía, su gran descubrimiento de los últimos tiempos, un hombre del que admira su reflexión, "porque es un tipo que piensa mucho y mira muy largo, que es una cosa muy importante en política". A raíz de su relación se produjo uno de los escasos resbalones de Jáuregui -que en el partido ha sabido moverse hábilmente manteniendo siempre su lealtad a Felipe González-, al defender públicamente la propuesta de Onaindía de romper el aislamiento político de Herri Batasuna, lo que le provocó la airada reacción de todos los partidos que forman el Pacto de Ajuria Enea, y le obligó a dar marcha atrás.

Desmiente a quienes aseguran que le encantaría que Felipe González le llamara y le dijera que ha llegado su momento en Madrid. "Es aquí donde quiero estar. Esto es una cosa de caseritos, pero a mí me parece que es importante lo que hago en este país de mis dolores". Y sólo diría adiós a la política en el caso de que algún día llegara a ponerse en duda su honestidad. "Aunque estoy seguro de que nunca me ocurrirá nada serio. La verdad es que me mantengo bien en esto: tanto esfuerzo por ser honesto y parecerlo".

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