El portaaviones madridista se hunde
La mano de Montero, fulminante ante la mala noche de Sabonis
La élite se rige por algunas normas más propias de la ley de la, selva. Nunca perdones la vida de tu enemigo, dicta un mandamiento no escrito que olvidó cumplir el Real Madrid no hace mucho tiempo cuando en sus manos estuvo la supervivencia del Barcelona en la Liga Europea. Los madridistas olvidaron ejecutar el tiro de gracia y su mortal enemigo se revolvió ayer con la fiereza de un animal herido. El Barcelona soltó un doloroso zarpazo en la Copa cuyas consecuencias son en algún punto irremediables: Sabonis pierde un título. Y eso es un fracaso dada su escala de valores.Sabonis fue el objetivo central, de la estrategia azulgrana. Aunque sus estadísticas finales (15 puntos y 15 rebotes) no dibujen con elocuencia el tamaño del boquete, la realidad impuso al Madrid el más tormentoso de los escenarios: jugar huérfano de su talismán durante casi todo el partido. Cuando los primeros balbuceos de la semifinal inclinaban la balanza a su favor (19-11 a los 9 minutos) a nadie escapaba el detalle de la paupérrima aportación del pívot lituano: sus dos puntos eran un síntoma que más tarde alcanzarían el rango de enfermedad. Al descanso, Clifford Luyk tenía sobrados motivos para diagnosticar las dificultades que se le venían encima. El Barcelona echaba cuentas en el vestuario satisfecho de su hazaña: no sólo le había dado la vuelta al partido (31-39) sino que parecía tener amordazado por fin a Sabonis (4 puntos).
A riesgo de resultar vulnerable durante algunos minutos, elBarcelona vivió pendiente de Sabonis hasta que logró marcarle un territorio incómodo, lejos siempre de su hábitat natural. El Madrid tomó rápida ventaja en el marcador y disfrutó confiado del espejismo de un marcador sonriente para el que no era necesario echar mano del lituano. Santos y Antúnez encontraban el camino expedito hacia la canasta y lanzaban al equipo a unas diferencias que empezaban a ser sensibles (13-2 en el minuto 6). La espesura azulgrana en ataque apuntaba a una rápida rendición si alguien no lo remediaba rápido. Su continuidad pendía de un hilo: sus 10 primeros tantos fueron todos de Jiménez.
De pronto, todo cambió bruscamente. Entró en escena Montero, un hombre impredecible, bajo sospecha permanente cuando los partidos toman mal cariz. Parecía otro Montero, confiado y decidido. Su aportación ofensiva (13 tantos en el primer periodo) alivió el atasco del Barcelona y dejó al desnudo la desigual lucha que por entonces Sabonis libraba con los pívots azulgrana convertidos en secuaces de la perversión de Aíto. Cuando sus compañeros buscaron su auxilio, cuando el Madrid le llamó a filas, Sabonis llegaba tarde atrapado como estaba en medio de una riña callejera.
Lo que vino después hace justicia al desenlace. El Madrid no se podía llevar a engaño en la segunda parte y fracasó en todos sus intentos por restablecer el demoledor juego de su pívot. Lasa no acertó con el bisturí y cayó en el error de pensar que los tantos que prodigaba Arlauckas modificarían la estrategia del Barcelona. El león herido se había levantado como si nada hubiera ocurrido hace algún tiempo. Ahí estaba Epi implacable (12 tantos sin llo). Vivos estaban Roberts y Massenburg al lado del lituano, protegido por una zona tras su cuarta personal. El portaviones madridista, invicto durante casi un trimestre en la Liga, se hundió lentamente. Ahora soportá la carga de ver a su enemigo disfrutar del éxito cuando no hace mucho tuvo en su mano firmar su defunción.
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