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El eco de la guerra fría

Las relaciones EE UU-Rusia, afectadas por el 'caso Ames' y la disputa por el protagonismo internacional

Antonio Caño

Espías, expulsiones de diplomáticos, conflicto de intereses en el Consejo de Seguridad de la ONU, guerra por el protagonismo en la escena internacional, incomunicación, amenazas, acusaciones mutuas... Todo vuelve a sonar familiar en las relaciones entre EE UU y Rusia. Excepto una cosa: antes EE UU prefería el caos al orden comunista establecido; ahora, prefiere el precario orden establecido al caos que se presume en el horizonte. Aparentemente , sólo eso impide que las relaciones atraviesen actualmente por el momento crítico que sus deferencias coyunturales merecerían.Por debajo de las apariencias, tanto el Gobierno de Washington como el de Moscú han hecho esfuerzos para reducir los problemas surgidos en las últimas semanas a una ligera tormenta de verano. Pero lo que no han podido evitar es que apareciese con nitidez la fragilidad de una relación entre dos potencias que están muy lejos aún de convertirse en socios y aliados.

El escándalo provocado por el caso de espionaje protagonizado por Aldrich Ames, alto funcionario de la CIA detenido por trabajar para soviéticos y rusos durante una década, ha devuelto a ambos países a la dura realidad que el triunfalismo de la posguerra fría ocultaba.

Los largos años de entendimiento con Mijaíl Gorbachov, la desaparición de la Unión Soviética, el ascenso de un reformista radical como Borís Yeltsin, la imperiosa necesidad de ayuda económica norteamericana por parte de las nuevas autoridades, la posibilidad de colaboración entre Rusia y la OTAN, y el buen ,clima de los encuentros entre Yeltsin y el presidente norteamericano, Bill Clinton, entre otros signos recientes, habían llevado a la apreciación de que los intereses de Rusia y de Occidente eran ahora idénticos. Ha hecho falta tan sólo una discrepancia en Política exterior, un novelesco suceso de espionaje y, sobre todo, un profundo conflicto interno en Moscú para demostrar que no es así, o al menos por completo.

"La luna de miel ha terminado", dice Raymond Garthoff, antiguo embajador norteamericano en países del Este de Europa. "Es hora se comprender que no podemos pensar que por el solo hecho de que haya desaparecido el comunismo Rusia va a estar dispuesta a hacer lo que le diga el Gobierno de Estados Unidos".

Hasta esta última crisis, el temido oso comunista era visto en Washington como un animal cansado y dócil al que era fácil tener al lado con un puñado de caramelos. De repente, para sorpresa de los gobernantes norteamericanos, ese oso ha vuelto a rugir con un intento de protagonizar los acontecimientos en Bosnia, con una resistencia mayor de la prevista a aplicar las reformas económicas recomendadas por EE UU con un espía a su servicio que empequeñece a los de otros tiempos.

"Las relaciones con Rusia se habían caracterizado por una gran ingenuidad por parte de Strobe Talbott [el embajador especial para Rusia y ahora secretario de Estado adjunto] y de su equipo", afirma la profesora de Relaciones Internacionales de la American University de Washington Louise Shelley.

De la noche a la mañana, los gobernantes norteamericanos han perdido su ingenuidad y han comprendido que Rusia sigue siendo el país más grande da la Tierra, una nación de 150 millones de habitantes, una potencia nuclear y una pieza fundamental en la seguridad de Europa y de otras regiones del mundo, y que como tal hay que tratarlo. "Tenemos que descartar la idea de que [la relación con Rusia] es una unión entre socios y volver a pensar que es una dura rivalidad", ha declarado el senador Richard Lugar, presidente de la comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara Alta.

La crisis actual va a hacer madurar las relacione. Clinton ha advertido que el apoyo a Rusia y a Yeltsin "no equivale a una fe ciega" en su política. Pero añade: "Forma parte de nuestros intereses nacionales seguir trabajando con Rusia para disminuir los riesgos nucleares y apoyar una pacífica evolución a la democracia".

Yeltsin ha dejado claro que la prioridad de su política exterior será la defensa de los intereses nacionales, que no siempre coinciden con los de Estados Unidos. En Moscú, un Gobierno acosado por fortísimas presiones internas mira hacia el exterior, ya no sólo como fuente de ayuda económica, sino como un escenario en el que poder sacar el pecho con orgullo.

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