Felipe se mira en el estanque
Felipe González sigue demostrando que mantiene intacto su sentido del liderazgo. Mientras la organización socialista discute, e incluso se pelea, por el modelo de partido y las relaciones de éste con la sociedad y con el Gobierno, él ya ha dicho cómo tiene que ser la dirección partidaria: homógenea, reducida y compatible. Y de paso ha indicado que no ve diferencia de ideas en el seno del partido, aunque sí "diferencias personales".Gonzalez ha explicado cómo quiere la Ejecutiva Federal en conferencias de prensa convocadas por otros motivos -en este caso con motivo de la visita del presidente de la República Argentina- y, siempre, a preguntas de periodistas. De esa forma aparentemente casual, casi improvisada, González les ha dicho a los 888 compromisarios socialistas que están citados el 18 de marzo en Madrid para celebrar el 33º Congreso Federal que él ve la dirección homogénea -la presencia de Alfonso Guerra será el emblema de la unidad-, ya que la elegirá él, tarea que no ha hecho en veinte años; reducida en un secretariado, presumiblemente no supe rior a una docena de personas, aunque la ejecutiva formalmente siga siendo amplia; compatible, para dar entrada a miembros de los gobiernos central y autonómicos, incluso en los cargos ejecutivos del secretariado. Sólo queda, por tanto, rellenar la quiniela. ¿Favoritos? Una combinación de notables con clara mayoría renovadora sin que los llamados guerristas puedan decir que han sido laminados y permitir que el titular del día siguiente al Congreso sea: Triunfo de Felipe González en un congreso de integración. El debate ideológico tampoco es preocupante. No hay diferentes ideas, ni siquiera distintas sensibilidades, que se decía antes. Ahora sólo hay "distancias personales". La discusión sobre el nuevo modelo socialdemócrata, la relación con los sindicatos, el movimiento antimilitar, el proceso autonómico, el destino de España en la Europa ampliada, quedarán para mejor ocasión.
El riesgo para Felipe González no es el fantasma del 28º Congreso, aquel en el que los delegados se negaron a borrar del texto el término marxismo, lo que provocó la pro testa del secretario general. La historia no se repite, ni siquiera en forma de caricatura, como bien sabía entonces González. El riesgo está en que la profunda ola de malestar que recorre la sociedad española rompa la plácida superficie del estanque socialista donde González se mira y ve el proyecto socialista del siglo XXI.
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