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Ideas y personas

Enrique Gil Calvo

El intento de refundación política que vive el PSOE desde que estalló el escándalo del hermano intendente me recuerda a tantos episodios de la historia política del ancien régime absolutista, cuando el monarca de derecho divino (el líder carismático del PSOE), para sujetar la fronda de la feudal nobleza levantisca (el montaraz guerrismo, caciquil y clientelar), debía establecer alianzas contra natura con un patriciado urbano que era vocacionalmente antimonárquico, burgués y liberal (las refinadas familias de los selectos renovadores). Y ante la ausencia de síntesis posible, ambas partes se tiran los trastos a la cabeza, discutiendo si son galgos o son podencos los perros electorales de la derecha que les muerden ya los ijares.Una de las últimas estrellas de esta dialéctica es la discusión entre personas o entre ideas. Y quiere el moralismo hipócrita que personalizar sea bajo y sucio, mientras idealizar resulta elevado y edificante. Pero cabe dudarlo por muy buenas razones. Es cierto que el debate de ideas se refiere a los programas políticos, mientras que el de personas esconde, como se dice, la desnuda lucha por el poder. Pero no lo es menos que los programas han de ser aplicados por las personas que ocupen el poder, pues no hay carros sin arrieros que los arreen. Sin embargo, no es esto lo más importante, porque la clave reside en que sólo a las personas, y no a las ideas, se les puede exigir responsabilidad.

Sólo las personas son sujetos de acción, y por eso sólo a las personas se les pueden pedir responsabilidades por sus actos: tanto para bien como para mal. Ciertos sujetos, para eludir su responsabilidad, alegan que su conducta les vino impuesta por sus principios o convicciones. Y, en efecto, en nombre de las ideas se cometen muchos crímenes: corrupción, chantaje, abuso de poder, asesinatos. Pero tales crímenes los cometen las personas, no sus ideas, que son en sí mismas perfectamente irresponsables. Ya hace tiempo que Weber contrapuso la ética de la responsabilidad personal como moralmente superior a la de las convicciones. Y el, que las personas seamos responsables de nuestros actos significa tanto que somos culpables de cuanto daño causemos como que somos acreedores de cuanto bien merezcamos.

Por eso, como ciudadano, espero que el próximo congreso socialista no eluda exigir responsabilidades personales. Las bellas ideas de regeneración, y los propósitos de enmienda, están por supuesto muy bien. Pero de poco servirán sin sujetos que se responsabilicen de ellas y en los que podamos confiar. Y, sobre todo, de poco servirán si no se piden cuentas y responsabilidades personales por todos los errores (corrupción, clientelismo sectario, abuso oligárquico de poder) que indudablemente se cometieron antes.

Hace falta que rueden cabezas, pues la ciudadanía está demasiado escarmentada como para seguir comulgando con las mismas ruedas de molino, aunque estén camufladas de ideas populistas o de lealtades partidarias. Pues si hay algo peor que escudarse en las ideas, para eludir las responsabilidades personales, es hacerlo en la organización, a la tan conocida manera corporativista. El patriotismo de partido es como cualquier otro patriotismo, que sirve de coartada para cometer crímenes sin asumir responsabilidades.

Precisamente, uno de los objetivos programáticos (o de las ideas) que se espera que salgan del próximo congreso socialista es un nuevo impulso regenerador de la democracia. Pues bien, tal impulso pasa necesariamente por la personalización política: tanto para erradicar la corrupción (exigiendo responsabilidades a las personas físicas, no a las jurídicas) como para reformar el sistema electoral (en sentido unipersonal, para que se voten políticos en vez de partidos) y para lograr una mayor transparencia democrática intrapartidaria (de modo que las ejecutivas estén elegidas por voto personal, igual y secreto, por costoso que pueda parecer a la luz del reciente congreso socialista catalán). En suma, ni ideas ni personas: sino procedimientos (democráticos, por supuesto).

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