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Confusión

Ángel S. Harguindey

Son tiempos de confusión y gloria. Confusión hasta el punto de que cualquier intento de aclaración del presente suele incrementarla. Gloria porque en situaciones tensas -y todos los principios y fin de siglo, época, civilización... deben serlo- el creador se suele sentir estimulado para crear o para maldecir,' lo que también puede ser creativo; el observador para contemplar y el vitalista para continuar su saludable vicio.Ciertamente todo tiene un límite que en estos tiempos -lo señaló sabiamente Ferlosio-deberían ser los que marcara la estética. Aceptadas las durísimas dificultades que la evolución e intensidad de los hechos ha impuesto a la facultad de sorprender, a la deseada y antes accesible capacidad de provocación del artista, (¿se imagina hoy alguien la menor convulsión ante la proyección de La edad de Oro, la gran tormenta cinematográfica surrealista?) todo parece indicar que es el momento de paladear las formas, los pequeños detalles. Tiempo en el que declaraciones como las que suelen hacer gentes como Rosa Regás, Willy Deville o Juan Marsé se convierten por su infrecuente sinceridad y sentido común en cargas de profundidad contra lo establecido; instantes deslumbrantes que surgen en una canción de Hellen Merrill o en una fotografÍa de Beaton y que alcanzan el enorme valor de lo efÍmero y lo placentero, de tal modo que la primera condición -su falta de ansias de trascendencia- realza la segunda, la satisfacción que produce en los sentidos.

Y si las teorías que pretendían explicar el mundo con normas universales han mostrado una discutible eficacia es hora de que quienes han elegido la actividad política, los que comparten la creencia en que el destino del ser humano puede ser modificado desde una concepción global de su devenir, asuman también en su práctica -la gestión del poder- los nuevos rumbos.

Un par de ejemplos podrían aclarar tan alambicada petición: si el precio del petróleo es el más bajo desde hace cinco años, no se explica cabalmente que se pretenda subir la ya encarecida gasolina, o si el consumidor, como demuestran las estadísticas, ha aceptado con gusto el hábito de comprar en los fines de semana no se entiende que se restrinja dicha opción. Naturalmente las decisiones tienen, se supone, explicación. Elegimos dos entre las muchas posibles: la incompetencia de quienes gestionan los gastos e ingresos del Estado en un caso, y la calculada rentabilidad electoral en el otro.

Incompetencia y descaro que, eso sí, conseguirán hacer algo más incómoda la vida cotidiana, el disfrute de los pequeños placeres. Parece la torpe revancha de quienes no aceptan el fin de las teorías redencionistas o no tienen luces para pergeñar las nuevas.

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