Noticias de Rusia
Cruzamos frente a la calle de Santa Lucía, que las máquinas municipales han desollado y convertido en cantera, y Eugenio Evtuchenko, el poeta de Baby Yar, de la Autobiografía precoz, de tantos otros libros, hace una observación irónica: "Esto se parece a Rusia", dice, "donde todo el tiempo destruyen algo para construir otra cosa. Destruyen el viejo feudalismo para construir el socialismo. Destruyen después el socialismo para levantar el capitalismo. Destruyen, construyen, vuelven a destruir...".Evtuchenko ha regresado a Chile después de 21 años de ausencia. Aquí era amigo de Pablo Neruda, de Francisco Coloane, de Gonzalo Rojas, del entonces joven poeta y crítico Federico Schopf. Amigo de Enrique Lilin. Amigo y no amigo, amigo en relativa discordia, de Nicanor Parra. Nada más ajeno a la antipoesía que la poesía al cuadrado, lírica, declamatoria, intensamente musical y verbal, heredera de Pushkin y quizá, también, de Víctor Hugo, de Evtuchenko. Ha regresado gracias a una invitación de la Universidad de Concepción, en compañía de su joven esposa, Masha, y ha dicho que este viaje, a pesar de su brevedad, le dará 10 años adicionales de vida. Chile era uno de los países claves, uno de los espacios de su geografía poética. Habla de recitales en la calle de Nataniel y en el teatro Caupolicán, de fiestas y conversaciones, de un viaje por tierra hasta la Patagonia. Historias de otro Chile, de otra Rusia, de mundos desaparecidos. Él tenía 20 años cuando murió Stalin, y se hizo célebre como poeta disidente en la época de Nikita Jruschov. Fue llamado al orden muchas veces, tuvo que hacer su autocrítica en tres o cuatro ocasiones, fue silenciado durante algún tiempo en el periodo de Breznev, pero consiguió sobrevivir más o menos bien y llegó a proyectar la imagen del disidente oficial, del rebelde que sabe medir los límites de lo permitido y que maneja su situación con astucia. Apoyó la perestroika de Gorbachov con entusiasmo y llegó a ser diputado, miembro de un Parlamento que más tarde sería disuelto. Sus relaciones con Borís Yeltsin son, por lo visto, bastante difíciles. A pesar de eso, durante el intento de golpe de Estado de la vieja guardia estalinista, hace más de dos años, partió a las barricadas defensoras del nuevo poder democrático y leyó sus poemas en las calles.
"¿No fue siempre ambiguo en sus posiciones?", me pregunta un editor español, y no sé qué responder. Solzhenitsin, encarnación furibunda del viejo espiritualismo de raíces medievales, víctima y denunciador del Gulag, ha sido probablemente más simple, más unilateral, decididamente menos ambiguo. Sin embargo, en toda dictadura, cualquiera que sea su signo ideológico, la ambigüedad, la duda, el equilibrio en la cuerda floja, la escritura entre líneas, la utilización del lenguaje de Esopo son actitudes inevitables y quizá, hasta cierto punto, razonables. No todos tenían que emigrar al extranjero o desaparecer en Siberia. La dictadura comunista, explica Evtuchenko, suprimía las libertades de los artistas y a la vez apoyaba el arte. Ahora los artistas, los poetas, los intelectuales rusos tienen una libertad completa y no reciben ayuda de nadie. O reciben de pronto, sin saber por qué, la ayuda de los yuppies, que también han hecho su aparición en los escenarios de la ex Unión Soviética. El último recital de Eugenio Evtuchenko en Moscú fue financiado por tres directores de un banco. ¡El mayor acababa de cumplir los 30 años de edad!
El cuadro que dibuja Evtuchenko de la situación rusa de hoy es decididamente oscuro, casi deprimente. No llega a ser deprimente del todo porque el país, sin duda, guarda en su interior virtualidades, potencialidades asombrosas. Se utiliza la libertad de expresión recién descubierta para insultarse en forma soez, para devorarse. La economía es un caos. Las reformas se han hecho con los pies. En todo hay soborno; todo ha sido dominado por las mafias. La economía de mercado se ha instalado en el país sin la menor experiencia y con las normas, o con la falta de normas, del antiguo mercado negro. Los mejores profesionales, los hombres de ciencia más preparados, se van a otra parte. A la vez, surgen de la noche a la mañana enormes fortunas privadas. En el año 1993 se vendieron más automóviles Mercedes-Benz en la sola región de Moscú que en todo el resto de Europa.
Nos quedamos perplejos. ¿Exagera el poeta o no exagera? Los rusos, afirma, son extremistas para todo: antes hicieron la colectivización forzada contra viento y marea, con un coste social y de vidas humanas inmenso, y ahora se han puesto a hacer la capitalización forzada. ¿Y la literatura, el teatro, el cine? Evtuchenko, que no es precisamente una persona modesta, que le ha propuesto a Nicanor Parra formar la Sociedad de Egos Gigantes, nos informa que su primera novela, publicada en ruso en estos días, vendió más de 100.000 ejemplares en la primera semana. ¡A pesar de que el papel está muy caro y de que los rusos no tienen dinero para comprar libros! Dice que el movimiento teatral de hoy en Moscú es extraordinario, sólo comparable al de Inglaterra. El Cyrano de Bergerac que acaban de montar los rusos es mejor que todas las versiones recientes francesas, incluyendo la de Gerard Depardieu. Considera, en cambio, que el cine ruso está amenazado por los monopolios norteamericanos, que se han apoderado de las salas. "Estamos en pleno proceso de stallonización" (a propósito de Rambo y de Stallone). Después de la stalinización, digo, la stallonización.
Después de todo este cuadro, una pregunta que cae por su propio peso. ¿Es posible un golpe militar en la Rusia de hoy? ¿Se vislumbra un general Pinochet en el horizonte? Evtuchenko no lo cree. El Ejército Rojo, que tiene un origen revolucionario más o menos reciente, no es tan disciplinado y compacto como el nuestro. Muchos militares, sin embargo, votaron por Zhirinovski, el líder ultranacionalista, y esta gente piensa que se necesita un Pinochet para asegurar la transición de la economía comunista a la capitalista. En la medida en que las reformas empiecen a tener éxito, es necesario que adquieran un ritmo más natural, menos forzado. "Debemos dejar que el caballo adquiera su tranco, sin dejar de orientarlo un poco". Evtuchenko simpatiza un poco más con Borís Yeltsin que Masha, su mujer, opositora apasionada y encarnizada. Cuentan que Yeltsin conoció la miseria extrema en su infancia y en su adolescencia y que no lo ha podido olvidar. De joven dirigía una enorme grúa que se movía sobre rieles. Una noche de tormenta partió a dormir a su barraca y se olvidó de colocar el freno de la grúa. A medianoche, en medio de la nevazón, vio que la grúa se movía y estaba a punto de aplastar un campamento. Saltó a la intemperie descalzo, enloquecido, se subió por la escalerilla y alcanzó a poner los frenos. ¿Un héroe? "Pero había cometido un error tremendo", objeta Masha, "y ahora comete los mismos errores, y alcanza a colocar los frenos cuando está a punto de producirse el desastre...". "No es tonta esta mujer", comenta el poeta, entre agobiado y sonriente.
es escritor chileno.
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