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La hora

Tantas cosas importantes ha tenido Madrid en este invierno, con los cañones de nieve artificial en la sierra, los controles de clenbuterol, las octavillas de la huelga y el mismísimo Bosé embarazado a la tremenda, etcétera, que la ciudad sigue sin darle cuerda al reloj de la torre de la plaza de la Villa.Lo sabemos quienes tenemos alergia a la esferita en la muñeca y los mendigos camino de Bailén que no se han divorciado todavía del horario. En mi caso, como debo salir de la kasbah de Tirso de Molina hacia Mayor por Atocha, no me sirve de nada que la Puerta del Sol sople a los cuatro vientos su hora de campana. Siempre me encuentro con las agujas inmóviles de la Casa de la Villa, esquina a Mayor, fijas en las dos y veinte, sin subir ni bajar, pase lo que pase en nuestra corte. Igual que las acciones de Banesto.

Es posible que el parón no sea cosa de cuerda, sino de construcción. El que la esfera de la bella torre marque las dos y veinte puede que obedezca a un proyecto. ¡Cuántos maridos morosos de medianoche se han lanzado como un obús hasta el lugar del dulce arresto domiciliario convencidos -al comprobar la hora oficial- de que la cena de trabajo estaba a punto de juntarse con los churros de San Ginés! ¡Cuántos semáforos se han saltado con mala conciencia y morreado contra la plaza de la Armería al contemplar las llamativas agujitas! ¡Con cuánta antelación se ha presentado el personal en un almuerzo de las catorce horas en los baretos de tradición bergaminiana nada más comprobar la hora de marras!

En fin. No es cosa de comparar el clásico y complicado mecanismo del reloj de las uvas con éste. Que cada cuerda tiene su arbolito. Pero, por lo menos, que los mendigos destechados que todavía tienen horario y los conductores sin pulsera que van camino de la plaza de España por Mayor tengan su hora municipal en su torre de la plaza de la Villa con sus 13 horas, sus 15 -la mejor- y su medianoche, como manda don Cronos. Y no ese ejemplo de monotonía de las dos y veinte, que parece un almuerzo en casa de los suegros.

Además, está feo que los peatones de espaldas a la Puerta del Sol piensen que la ciudad entera tiene el reloj parado. Unos levantan la cerviz hacia el reloj y las estrellas, otros hacen lo propio con los aparcamientos, a pique de caérseles el ojo en el bordillo. Pero ninguno deja de preguntarse por qué no marca las horas la esferita municipal. A lo mejor es que su relojero se ha enamorado y le ha pedido que "haga la noche perpetua" por cosillas que todos entendemos, no obstante.

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