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Ataúdes o armas

En los recientes dúplex del 19 de diciembre de 1993 y del pasado 10 de enero, que comunicaban a políticos, jefes militares e intelectuales reunidos primero en Estrasburgo y luego en París y Bruselas con sus homólogos de Sarajevo, los telespectadores asistimos a dos desencuentros en directo tan llamativos como reveladores: de un lado -en los platós de, Estrasburgo, París y Bruselas-, despliegue exquisito del doble lenguaje e hipocresía elevada a la sublimidad del arte, primer plano de un ministro sorprendido en flagrante delito de mentira y de la primera dama de Francia balbuceando deseos píos, imágenes de arrebatos teatrales y raptos de cólera fingidos, gesticulaciones vacuas, conmiseración inútil, mezquina o patética autocompasión; del otro -en el plató de Sarajevo-, manifestaciones de dignidad, entereza, humor, comedido sarcasmo, cortés y dosificado desprecio. Comparto la opinión de Baudrillard de que quienes merecían piedad eran los que a lo largo de 22 meses de asedio se han esforzado en desrealizar el horror de los hechos, neutralizar el lenguaje, hablar de "partes implicadas en el conflicto", evacuar los términos de "agresor y agredido", "genocidas y exterminados" para sustituirlos con el de "luchas interétnicas" y "explosiones de odio irracionales", contribuyendo así, decisivamente, a la desorientación e impotencia de la opinión pública, a su aceptación resignada de las nuevas realidades.Salvo unas excepciones, utilizables tal vez como coartada, el monólogo de sordos entre unos y otros podría resumirse así: los farisaicos o caritativos eurócratas eran objeto de una apenas disfrazada ironía o contenido desdén de las víctimas. A la propuesta autosatisfecha del ministro de Cultura francés, Jacques Toubon, de extender y regularizar el recién abierto, por vía satélite, corredor de la palabra, un joven intelectual bosnio, lector de Jonathan Swift, respondió con una originalísima sugerencia: la apertura de un corredor turístico, "a fin de que ustedes", dijo, " puedan viajar sin peligro a las montañas y colinas que nos rodean y disfrutar desde allí de la excitante visión del bombardeo diario de Sarajevo, participando incluso en el mismo si así lo desean".

En este corredor turístico, a dos horas y pico de vuelo, pensaba a menudo en el interminable trayecto que, como enviado de Reporteros sin Fronteras, me conducía de París a Zagreb -a renovar mi caducada credencial de Unprofor-, de Zagreb a Roma vía Split -corredor vedado ahora a los periodistas- y de Roma a Ancona, en donde debía pasar la noche y presentarme de amanecida en las oficinas de la ONU para inscribirme en el aleatorio vuelo militar -¡Maybe Air Lines!- a la capital bosnia.

Mientras mataba el tiempo en los distintos aeropuertos, pude repasar a mis anchas el folleto de consejos prácticos a los corresponsales enviados a Sarajevo que me habían procurado los organizadores del viaje.

Convenientemente aleccionado por la lectura, dejo al suboficial de Unprofor que vacíe en el mostrador el contenido de mi maleta cargada de paquetes y medicinas, verifique minuciosamente su contenido, abra una a una las seis cartas autorizadas, examine mis libros y los sacuda por si ocultan entre sus páginas alguna misiva secreta, me someta brazos en cruz a un registro corporal que tan sólo perdona mis partes pudendas. Menos previsora que yo, una muchacha inglesa ve confiscados dos cartones de cigarrillos y una bolsa de café que rebasan la cifra admitida. El espectáculo de la pequeña sala del aeropuerto de Ancona es el de una redada y cacheo de sospechosos: los testigos y presuntos denunciadores de la monstruosa realidad del asedio.

El aterrizaje en Sarajevo, carrera al pasillo protegido con sacos terreros, espera en los refugios de Maybe Air Lines de las tanquetas que conducen al PTT son los mismos de hace seis meses. Alguien ha escrito en el camino que zigzaguea hasta el punto de partida un contundente "Fuck the UN". Y de nuevo el trayecto por la asolada tierra de nadie, llegada al cuartel de Unprofor en el límite del territorio controlado por los asediados, segundo registro por los soldados de la ONU, espera del vehículo que ha de venir a buscarme. La zona es objeto de un cañoneo intenso y nadie acudirá a recogerme sino horas más tarde.

El Holiday Inn, albergue de los periodistas y miembros de organizaciones humanitarias, ofrece el aspecto de un inmenso panteón fúnebre: su espacio central vacío y helado, sus pisos con galerías carcelarias, el bar y butacones desiertos parecen imágenes inconsistentes, brotadas de un sueño. Privado de agua y electricidad como el resto de la capital, su cripta soporta día y noche el estruendo de los disparos. Al oscurecer -los días son breves en Sarajevo-, el parpadeo de las velas y haces de las lámparas de bolsillo evoca el vagabundeo o erranza de ánimas en pena. ¿Luciérnagas o fuegos fatuos? ¿Pesadilla o escenificación dantesca?

Me reúno con el equipo de Saga Filmes para rodar el videoclip de tres minutos retransmitido los sábados por Arte y Canal +. Por espacio de dos días -los más duros del cerco, según los sarajevitas- filmamos lo que podemos en una ciudad sacudida por el zumbido y la furia de los bombardeos: destrucciones recientes o antiguas, llegada de ambulancias al hospital de Kosevo, una familia de refugiados, el depósito de cadáveres. El encargado de éste nos informa de que ha registrado 19 ingresos en las últimas 36 horas. Conforme al boletín de información de Unprofor, el miércoles 5 de enero cayeron en la ciudad 1.335 obuses de gran calibre y, por primera vez desde el comienzo del asedio, la presidencia bosnia prohibió por unas horas la circulación de vehículos y personas. ¡Nunca mi cumpleaños fue celebrado con tan alucinador estruendo!

La escasez y precio elevado del combustible, así como la reducción paulatina del parque automovilístico, obligan a los sarajevitas a recortar sus trayectos y eludir las zonas más expuestas a la vesanía de los francotiradores. La mole maciza del Holiday Inn, como un islote embestido por los vientos, emerge en un área de extrema peligrosidad. Desde un orificio en el plástico que cubre la ventana de mi cuarto, he presenciado los disparos a los vehículos que cruzan a toda mecha la avenida frontera, atisbado el trayecto de una silueta frágil y solitaria mientras avanzaba de rodillas, pegada a un murete hasta ponerse al amparo del cascarón vacío de un inmueble. Sólo los coches blindados pueden estacionar sin sustos en el rincón más protegido del hotel. Quienes no disponemos de ellos, tenemos que atravesar a pie ligero los 200 metros que nos separan de la vieja furgoneta de Saga Filmes. Con modesta satisfacción, compruebo mis insospechadas dotes de velocista: dos o más veces al día participo con dos jóvenes compañeros del equipo en este insólito sprint.

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El jueves 6 y viernes 7 de enero, el diluvio de bombas alterna con periodos de calma. Concluido el rodaje, buscamos imágenes de archivo adecuadas al texto y permanecemos todo el viernes en la pequeña sala de montaje. Según informa luego la radio, sólo han caído 900 proyectiles, causando ocho muertos y 61 heridos. El sábado, libre ya de mi compromiso, acompaño a Enric Martí y Gervasio Sánchez en su recorrido diario por las zonas calientes. -Unprofor ha cerrado el aeropuerto a causa de los últimos bombardeos serbios: todos los vuelos quedan suspendidos. El domingo, mis amigos me conducen temprano al PTT: con otros periodistas me encaramo a una de las tanquetas. Tras los registros y una larga espera en el aeropuerto -los chetniks han disparado un obús en medio de la pista-, recibimos la autorización de embarcarnos para Ancona mientras en la ciudad arrecia la saña de los artilleros.

¿Cómo resumir mis impresiones después de estos días agitados e intensos? La situación de la población se ha deteriorado gravemente con el invierno, pero la voluntad de resistencia y la organización de la Armía parecen haberse fortalecido entretanto. Los bosnios han reconquistado algunos bloques de casas en el barrio de Grbavica y, pese al cruel embargo de armas que les castiga, luchan con la energía de quien no tiene nada que perder. Unprofor, al tiempo que cumple con su meritoria labor de distribución de la ayuda humanitaria, ha endurecido su segundo y solapado cerco. "Los serbios controlan todo y la comunidad intemacional forma parte en lo sucesivo de este sistema odioso", declaraba recientemente George Soros. Y un conocido periodista de Oslobodenje Faik Dizdarevic, concluía: "Unprofor está aquí para velar que Sarajevo y Bosnia entera capitulen a toda costa, cuanto antes mejor. Ah, y de ser posible sin testigos molestos".

¿Es nuestra condición de testigos molestos la que explica la acogida dispensada a la prensa en el aeropuerto de Ancona? La negativa de Izetbegovic a aceptar el reparto de tahúres de Milosevic, Karadzic, Tudjman y los negociadores comunitarios, ¿no explica acaso el visible malestar de los ministros, jefes militares y diplomáticos presentes en los platós de París y Bruselas el día de mi regreso de Sarajevo, encastillados en su decisión de imponer a "las tres partes implicadas" las "nuevas realidades" creadas por la limpieza étnica? En la medida en que los demócratas bosnios no asumen el papel de víctimas -el hecho de que la población civil brutalmente agredida por su propio Ejército (el de la ex Yugoslavia en la que creía) haya creado su sistema de defensa, resista al exterminio y contraataque-, su actitud es objeto de reprobación y sospecha: ¡son ellos quienes prolongan la guerra, ya no hay inocentes en el conflicto, los asediados son igualmente culpables! En cualquier caso, una evidencia se impone: Europa ha perdido la fe en sus valores, parece haber agotado sus posibilidades de reacción respecto a la amenaza exterior e interior de un ultranacionalismo xenófobo en auge, padece de un síndrome de cansancio respecto a su propia civilización.

Como los antiguos pontífices de la nomenklatura de la época de Breznev, los dirigentes comunitarios repiten hoy ritualmente un discurso en el que han dejado de creer: el liberalismo sin freno y la perspectiva de un mercado mundial único han vaciado el sistema socialdemócrata, forjado durante un siglo de lucha, de todo su contenido. Las palabras de Gianfranco Miglio, el ideólogo de la Liga Lombarda -"la Europa civilizada [la de los Doce] debe, servirse del atavismo sanguinario de los europeos bárbaros [los serbiosl como guardafrontera contra una invasión musulmana"-, reflejan mejor que todos los discursos el nacionalismo excluyente en el que paulatinamente se enviscan nuestras sociedades. Desde el plató de Sarajevo, los invitados al corredor de la palabra asistían con una sonrisa educada a la reiteración de promesas incumplidas, declaraciones solemnes destinadas a parar en la pape lera, amenazas de intervención aérea lastradas de cláusulas restrictivas, exhibición de bel canto de los barítonos y te nores de la Europa comunitaria. Plantado en medio del es tadio de los Juegos Olímpicos del 84, convertido ahora en vasto y apretujado cementerio, un ex embajador bosnio pedía, con el fulgor moral de la extrema situación en la que allí se vive, el envío de ataúdes a Bosnia a fin de que los ase diados fueran enterrados al menos con dignidad. Creo que, en medio de tanta pala brería y fariseísmo, su intervención centraba el problema y la disyuntiva a la que nos enfrentamos.

Más que nunca, después de la cobarde matanza del sábado 5 de febrero, Europa debe escoger ataúdes o armas.

Juan Goytisolo es escritor.

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