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Una pesadilla de amor y locura

La juez procesa por parricidio a la mujer que estranguló a su hijo

Pasarán muchos años antes de que Mario, de 13 años, pueda borrar de su mente la terrible pesadilla que le tocó vivir la pasada víspera de Reyes. Un ruido inquietó su forzado sueño: su madre estaba encima de él, quería estrangularle con una cuerda. El muchacho, más corpulento, le sujetó las manos y se zafó. Con la histeria y el ahínco de quien desea morir y llevarse también a los suyos, corrió a la cocina y asió un cuchillo. Entre lágrimas, el muchacho esquivó el ataque parricida. Su hermano, de nueve años, no lo había conseguido: su cadáver yacía en el dormitorio contiguo, estrangulado. Acercarse a la vida de Carmen García de la Santa, de 43 años, y de sus hijos es descubrir un sobrecogedor drama teñido de amor y locura.

La separación de su marido sumió a Carmen en una profunda depresión. También a sus dos hijos, sobre todo a Mario. La marcha del padre cambió su vida. El mazazo se lo llevó en 1991, al enterarse de que su progenitor vivía con otra mujer, con la que había tenido un hijo. La angustia de su hijo condujo lentamente a la mujer hacia la locura. Y a los tribunales.

Carmen fue procesada el pasado viernes por dos parricidios -el de su hijo Mario, en grado de tentativa- La juez que instruye el sumario ha ordenado el embargo de todos sus bienes si no presta una fianza de 30 millones. Su abogado, Hermenegildo Pérez Bolaños, pretende recurrir el auto de procesamiento. "Es desproporcionado", explica, "porque estamos ante una enferma mental, que quiso poner fin a su vida sin conseguirlo. En el auto se la acusa de haber actuado con alevosía y premeditación". Mató a Álvaro y quiso hacer lo mismo con Mario por amor, para que no sufrieran", apostilla el letrado.

Carmen está internada ahora en el área de psiquiatría del hospital La Princesa. La misma víspera de Reyes se había tomado un frasco entero de pastillas. Luego esperó la muerte tendida en la cama.

En el centro de acogida de menores de Hortaleza unas monjas se afanan por frenar la angustia de Mario. La separación de sus padres le trastornó su razón (precisó asistencia psiquiátrica). La mente del muchacho es "una bomba de relojería", afirman fuentes próximas a la familia.

Antes de que su padre (Á. J. A., de 37 años) se marchase del hogar, Mario había sido un zagal feliz: iba a un buen colegio, el Claret, y nada tenía que envidiar a sus amigos. Su madre, licenciada en Filosofía y Letras, se había casado "muy enamorada", con un hombre seis años menor que ella.

Sin el padre

Durante muchos meses, el matrimonio procuró ocultar sus divergencias. Después llegó la separación. Las visitas del padre se reducían cada vez más, y con el tiempo, la pensión mensual se convirtió en su único signo de vida. Con ese dinero y con el de las clases particulares de. matemáticas que impartía Carmen a chavales del barrio vivían los tres.

Los últimos años sin el padre fueron muy duros. Mario perdió el interés por el colegio, los estudios, sus amigos... Y hasta las ganas de vivir. Carmen, que a su angustia sumaba la de su hijo, recorrió muchas consultas de psicólogos. Y, como el niño empeoraba, de psiquiatras.

La alegría navideña pasó de largo de la casa de Carmen y sus dos hijos, situada en el distrito de Chamartín. La madrugada del día 5 de enero, Carmen acostó pronto a sus hijos. Antes camufló varias pastillas de Trarixilium 50 en sus menús, y esperó a que hiciesen efecto. Provista de una cuerda entró primero en la habitación de Álvaro. El pequeño no se enteró.

Cuchillo de cocina

Luego intentó hacer lo mismo con Mario. Tras el forcejeo -primero con la cuerda y después con el cuchillo de cocina- desistió y se atiborró de pastillas. Su hijo Mario -herido en una tetilla por el cuchillo- observó cómo su madre se tambaleaba. La acostó sobre una cama y la tapó con una manta. Y salió corriendo para pedir ayuda. Con las prisas se le cerró la puerta. "¡Mamá, no te mueras! ¿Por qué haces esto?", exclamaba. Al rato llegó la policía y una ambulancia, alertados por los vecinos del inmueble.

¿Qué va a ser de mi hijo [Mario]?", repite ahora Carmen a quien la escucha en el hospital de La Princesa. Con su mente puesta en el suicidio, Carmen ya no quiere ver a nadie: ni siquiera a su familia de Ciudad Real: "No sé qué les podría decir", cuenta. Días después de la pesadilla de la víspera de Reyes, la juez llamó a Mario al juzgado. De su confusa mente sólo salía machaconamente una frase: "Por favor, no metan presa a mi madre que es muy buena, por favor, no la metan presa".

Los médicos que atienden a Carmen y a Mario están muy preocupados: no les dejan solos ni un momento.

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