Vaya tela
A veces me asalta la sospecha de que si un día nos dieran por la tele la noticia de que seis millones de judíos han sido masacrados en diversos campos de concentración, sólo nos detendríamos unos minutos para escandalizarnos, lo justo entre un excitante partido de fútbol y un programa sobre el trasplante de pelvis de una campesina alsaciana.¿Cómo se vacuna uno contra el horror? Dicen que por saturación, pero yo no estoy segura. Posiblemente se inmuniza uno a golpes de impotencia. Como no creo en la culpa colectiva, tampoco creo en la inocencia colegiada. Cada receptor de noticias es una persona única, intransferible, formada o deformada -o ambas cosas a la vez- por experiencias anteriores, triunfos o fracasos, y, casi siempre, macerada en desilusión: sobre todo ahora, que pintan bastos para cualquiera que no tenga la sensibilidad en un chip. Por eso creo que usamos la piel de hipopótamo como autodefensa.
A mí me tiene pajarraca que el cónsul honorario haya disparado tres veces contra un tironero angoleño y le hayan puesto en libertad en menos tiempo que se persigna un cura loco, considerando que: a) tener licencia de armas no da patente de corso para dispararla; b) hay que tener mala baba para llevar la primera bala de fogueo y las restantes de verdad; c) hay que ser un prepotente para salir a pasear con pistola (salvo que la señora lleve en el bolso el tesoro de Topkapi); d) por altos que sean los negros, no vuelan, con lo que lo de disparar al aire resulta una excusa del mejor estilo franquista, de los tiempos en que los guardias disparaban a las piernas y le daban al personal en la sien, y e) que un cónsul honorario no es absolutamente nadie ni tiene derecho a trato de favor (ver Graham Greene), por padre de campeón que sea.
Vaya tela. Tela de sábana de Ku Klux Klan, sin ir más lejos.
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