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Reportaje:

El sur tranquilo

La tranquilidad del sur, reza el eslogan que encabeza el nuevo plano-guía de la villa de Pinto, a 20 kilómetros, de la Puerta del Sol, en el disputado centro geográfico de la Península. La frase en cuestión va más allá del simple reclamo turístico. La placidez de esta noble y milenaria villa, que ha elegido ser pueblo, distanciándose del crecimiento vertical de cercanas ciudades dormitorio, se percibe en la plaza de la Constitución, que recuperó su democrática denominación tras el obligado paréntesis del franquismo.Una gran claraboya proporciona luz natural al vestíbulo del nuevo Ayuntamiento, en el que se exhibe una zarandeada maqueta de Pinto, una villa de 23.000 habitantes que crece paulatina y mesuradamente.

La maqueta muestra el bosquejo de nuevas urbanizaciones, proyectadas alrededor de un gran parque, que albergará en su día un auditorio y un lago artificial navegable para marineros de secano y agua dulce.

Durante 14 años, Carlos Penit, de Izquierda Unida, ha estado al frente del Ayuntamiento de la localidad. No han sido los votos de los pinteños los que le han descabalgado de su puesto y terminado con su récord de permanencia. Una controvertida infracción administrativa relacionada con el plan urbanístico ha sido la causa de su inhabilitación como alcalde. Penit, que obró sin afán de lucro personal, se saltó a la torera algunos requisitos del procedimiento y la ley ha sido contundente, vulnerando los deseos de sus electores y generando la solidaridad de los ediles de otros pueblos madrileños, que han puesto sus barbas a remojar.

La inhabilitación del alcalde ha quebrado la placidez de un municipio en el que, según las encuestas, el 90% del vecindario se encuentra satisfecho y nada dispuesto a cambiar de residencia.

Los nuevos residentes de Pinto, señala Penit, no son, por regla general, parejas jóvenes, sino matrimonios cuarentones con hijos mayores que quieren escapar de las complicaciones de la gran urbe y de sus prolongaciones periféricas.

El centro urbano de Pinto se ha desplazado de la recoleta plaza de la Constitución al parque del Egido, con el que enlaza a través de una calle. peatonal.

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En la plaza, jóvenes alumnas y alumnos de la escuela taller han reconstruido la vieja posada según modelos de antaño. En la puerta de la antigua casa consistorial, ocupada por servicios municipales, hay clavado un cartel que anuncia la recuperación de un gato persa extraviado. Los partes de la Policía Local se nutren habitualmente de incidentes nimios, delitos leves y accidentes domésticos. La seguridad es uno de los aspectos -más valorados por los pinteños, una población conformada por sucesivos y constantes aluviones migratorios, procedentes sobre todo del sur peninsular.

El Rumano, nadie conoce su verdadero nombre, se ha convertido en el marginado oficial de Pinto y recorre sus calles cargado con las numerosas bolsas que constituyen su patrimonio. El Rumano se resiste a integrarse en un puesto de trabajo y rechaza, cortés y sistemáticamente, las propuestas laborales que le ofrece el Ayuntamiento. Consecuente con su papel, el vagabundo aborda con su pintoresca cháchara a los viandantes durante el día y a veces pernocta al amparo de la vetusta iglesia parroquial. Cuando vino el nuncio de Roma a inaugurar las nuevas campanas del templo, El Rumano, que es de natural fachendoso, le interpeló públicamente saltándose el protocolo. Quería saber por qué, si todos los hombres son iguales ante Dios, no le hacían a él las mismas zalemas y homenajes que al representante vaticano. El nuncio quiso zanjar la polémica sacándose del bolsillo una crucecita bendecida y ofreciéndosela, pero El Rumano no aceptó el soborno espiritual y propuso una gratificación pecuniaria, comestible, o al menos pignorable.

A lo largo de su historia, Pinto ha recibido a ilustres visitantes, no siempre voluntarios, como doña Ana de Mendoza, la intrigante princesa de Éboli, que con un solo ojo encandilara a los cortesanos de Felipe II hasta que el monarca ordenó su prisión en el castillo de la villa, sin prever la facilidad con que la dama del parche lograría seducir a sus guardianes y escapar. El torreón de Pinto nunca fue presidio de alta seguridad. Antonio Pérez, amante de la princesa y secretario tránsfuga del rey prudente, se evadiría del mismo recinto 10 años después, travestido con galas de mujer. Lo mejor de Pinto son sus mujeres, declaran unánimes Manuel Sánchez, pescadero; Domingo Martínez, pintor, y José Chávez, jubilado, que toman el aperitivo en un bar cercano al parque. Oriundos, respectivamente, de Granada, Jaén y Extremadura, los tres amigos coinciden en sus quejas y en sus alabanzas. "El pueblo envejece", dice Manuel, "porque las viviendas son muy caras, y nuestros hijos se tendrán que ir a Fuenlabrada o a San Martín de la Vega cuando se casen".

Los impuestos, la economía sumergida y la competencia de las grandes superficies que comienzan a instalarse en la zona aparecen en la distendida charla de los parroquianos, interrumpida por un ambulante magrebí que ofrece preservativos, transistores y otros artefactos electrónicos a precios de saldo.

"De todas formas", concluye Manuel, el pescadero, "si lo comparas. con Madrid, esto es como vivir en un cortijo".

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